Bloomberg — Al principio de Superman, la esperada película de James Gunn que reinventa al superhéroe de DC, el personaje principal (interpretado por David Corenswet) se sienta a entrevistar a Lois Lane (Rachel Brosnahan). Ahora bien, la ética periodística de esta entrevista es un poco blanda. Después de todo, a estas alturas ya sabemos que Lois es consciente de que este hombre es también su colega del Daily Planet, Clark Kent, y que están saliendo. Pero Lois le interroga todo lo posible.
Superman se involucró en un conflicto en el país ficticio de Boravia, aliado de EE.UU., impidiendo que su ejército invadiera a una nación vecina más pobre llamada Jarhanpur. “Las personas en las redes sociales sospechan porque eres un extraterrestre”, le dice Lois a Superman, que se muestra evidentemente frustrado y le explica cómo sus padres le enviaron a la Tierra para salvar su vida.
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Al contemplar esta escena, me di cuenta de que este Superman va a ser todo lo político que puede ser una superproducción de un gran estudio moderno basada en una de las piezas de propiedad intelectual más queridas en todo el mundo.
El film de Gunn es muchas cosas y - advertencia: spoilers (detalles importantes de la trama) a continuación. Es un viaje alocado, lleno de personajes y escenarios realmente insólitos.
Su eterno archivillano Lex Luthor, interpretado brillantemente por Nicholas Hoult, incita al odio en internet hacia Superman empleando un ejército de monos de verdad que postean en Twitter. Si bien también es, en última instancia, la historia de un inmigrante que lucha contra un barón tecnológico que apoya un régimen autoritario para su propio interés.
Inclusive, hay una versión de Metrópolis de Fox News con un presentador al estilo de Jesse Watters interpretado por Michael Ian Black.
Todo esto, en cierto sentido, no debería parecer tan extraño como parece.

Las raíces de Superman se hallan en las complicaciones de la identidad y la asimilación estadounidenses. El personaje es la creación de Jerry Siegel y Joe Shuster, hijos de judíos emigrados a EE.UU., que escribieron sus cómics mientras Europa vivía el auge del fascismo.
Pero Superman en la gran pantalla rara vez ha reflejado esta parte de su origen. (Todavía estoy esperando una versión cinematográfica de la excelente novela de Michael Chabon, (Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay), que ficcionalizó la saga de la creación de Superman).
La película de Richard Donner de 1978, que presenta a Christopher Reeve como el héroe, enfatizó su esencia estadounidense de Boy Scout con sus románticas tomas de campos de maíz en la sección (excesivamente larga) ambientada en su ciudad natal de Kansas, en Smallville.
En Superman II (1980), literalmente ondea la bandera estadounidense de nuevo sobre la Casa Blanca dañada. Con los años, incluso se convirtió en una figura de Cristo, como en Superman Returns (Superman regresa) de 2006, que se nutrió de la imagen de Jesús.
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Curiosamente, la película de Superman que utilizó más directamente a Superman para abordar la política actual es la cuarta entrega de Reeve, Superman IV: The Quest for Peace (Superman IV: En busca de la paz) de 1987.
Esta película ahora se siente como un artefacto casi pintoresco de la Guerra Fría, con el discurso directo de Reeve a Ronald Reagan, abogando por la desescalada nuclear. “Personalmente, soy bastante de izquierda”, dijo Reeve a Los Angeles Times.
“Creo que un tratado de armas nucleares es posible. Estoy alarmado por el comportamiento de nuestro presidente en Reykjavik. Cuando Cannon me contactó para interpretar a Superman nuevamente, pensé que sería una buena idea involucrar al personaje en tratar de resolver problemas reales”. Entonces Superman, en respuesta a la carta de un niño, intenta librar al mundo de las armas nucleares.
Los paralelismos con el mundo real en Superman de 2025 son un poco más confusos. La película no se ajusta exactamente a la política estadounidense actual.
No existe una analogía exacta para el presidente Donald Trump; Luthor es más del tipo Musk. Los boravos, con sus acentos vagamente europeos del este, parecen algo rusos, pero su toma de Jarhanpur se lee claramente como una situación entre Israel y Palestina, aunque Gunn ha negado basarla en el conflicto de Medio Oriente.
A pesar de todas estas discrepancias, el mensaje es claro y contundente para quienes deciden recibirlo. Gunn incluso confirmó sus intenciones a quienes podrían haber optado por ignorarlas, declarando al Times de Londres que sí, se trata de “un inmigrante” y “política”.
Superman (2025) no se preocupa por la historia de su origen. En cambio, se desarrolla tres años después de que Superman se hiciera público. Durante ese tiempo, la adoración pública ha crecido, pero el odio de Luthor hacia él, nacido de intensos celos por alguien más venerado públicamente, ha comenzado a agravarse.
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Luthor comprende que la principal forma de derrotar a Superman es aprovechar el miedo del público hacia el otro. Esta comprensión lo lleva a irrumpir en la Fortaleza de la Soledad de Superman, donde, gracias a una tecnología que ni siquiera Superman posee, logra recuperar el mensaje completo del padre del kriptoniano, Jor-El (Bradley Cooper).
El propio Superman solo había escuchado la primera mitad de la grabación, una declaración pacífica y llena de amor por el hijo que Jor-El dejaba atrás. Luthor revela el resto, donde Jor-El explica que envió a Superman a la Tierra porque la población era débil y podía ser dominada fácilmente.
Esto marca el mayor cambio de Gunn en la historia de Superman, y la idea de que su padre pudiera ser un villano seguramente molestará a algunos fans.
(El realizador Zack Snyder, iniciando por Man of Steel (El Hombre de Acero) en 2013 y finalizando con su La Liga de la Justicia en 2021, estrenada a petición de los fans, hizo que el Kal-El de Henry Cavill fuera estoico y violento. En el universo DC de Snyder, Superman sí se siente, intencionadamente, como un alienígena, frío y aterrador, producto de la hipermasculinidad que el director ama desde hace tiempo).
Pero el nuevo Superman también recalca la idea de Gunn de que no se debe juzgar a un individuo por la retórica o las acciones de un grupo, un detalle que también resulta pertinente en el mundo actual. Mientras tanto, es el propio Luthor quien traiciona al público estadounidense para sus propios fines, en connivencia con el líder putinesco de Boravia (Zlatko Buric).
Es refrescante que Superman esté tan de moda. En los últimos 20 años, las películas de superhéroes se han vuelto omnipresentes y, al mismo tiempo, ambiguas.
Es raro encontrar algo tan potente como, por ejemplo, Black Panther (Pantera Negra) de 2018, que con audacia mostró la excepcional nación africana ficticia de Wakanda a través de la lente de su villano, un afroamericano indignado por cómo el aislacionismo del país ha dejado atrás a personas como él.
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Es arriesgado dotar a una película de cómics de algún tipo de significado, como lo demuestra la ya creciente histeria de que Superman se ha vuelto “woke” (conciencia ante injusticias sociales), o más bien, “superwoke”.
Se trata de proyectos de gran presupuesto que los estudios esperan que sean lo más atractivos posible, lo que significa que, en general, evitan cualquier problema importante para tratar de no ofender. Cabría esperar que Gunn hubiera sido especialmente cuidadoso con Superman.
El éxito de la película determinará no solo el destino de la franquicia bajo su liderazgo, sino todo el universo del cómic; después de todo, es el director, copresidente y coCEO de DC Studios.
Tal vez por eso también hay un perro volador llamado Krypto, además de una sección completa con un bebé extraterrestre que llora.
Los grandes giros de Gunn en esta película no se limitan a atacar a los fanáticos antiinmigrantes, y sería un error exagerar su seriedad. Pero, al igual que sus raíces doradas de verdad y justicia (y,a veces, “el estilo de vida americano”), este Superman también representa algo más que el dinero que puede generar.
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