Bolivianos recurren a criptomonedas para hacer frente a la inflación y la escasez de dólares

Desde pequeñas cafeterías hasta grandes empresas, las señales de una rápida adopción están por todas partes en esta nación sudamericana de 11 millones de habitantes.

Bolivia
Por María Clara Cobo - Sergio Mendoza
07 de agosto, 2025 | 04:03 PM

Bloomberg — En Bolivia, hoy en día, casi cualquier cosa parece mejor que tener la moneda local. El poder adquisitivo del boliviano se ha desplomado, la confianza en el gobierno socialista, que en su día fue dominante, se encuentra en mínimos históricos, la inflación alcanza máximos de tres décadas y escasea el dólar.

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Por eso, cada vez más personas recurren a una alternativa arriesgada para hacer negocios y proteger los ahorros que tanto les ha costado ganar: las criptomonedas.

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En este país sudamericano sin salida al mar, donde viven 11 millones de personas, se observan señales de una rápida adopción, desde pequeñas cafeterías hasta las grandes empresas.

En el Aeropuerto Internacional de El Alto, un vendedor muestra los precios de los dulces y las gafas de sol en USDT, una stablecoin emitida por Tether y fijada a 1 por 1 con respecto al dólar.

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Una prestigiosa universidad le paga a su profesorado internacional en bitcoins (XBT). Durante un tiempo, incluso la empresa petrolera estatal fue autorizada a usar stablecoins para pagos al extranjero.

En total, los cripto pagos se han multiplicado por más de cinco hasta alcanzar aproximadamente US$300 millones durante el primer semestre de 2025, una vez que fue eliminada hace poco más de un año la prohibición que había estado vigente durante una década.

“Entre los importadores, el uso de las criptomonedas es elevado”, señaló Oswaldo Barriga, un líder empresarial local. “Cuando tienen dificultades para acceder a divisas fuertes y tienen que hacer pagos urgentes, las criptomonedas constituyen una alternativa real”.

Para muchos, Bolivia es uno de los mayores casos de prueba hasta la fecha para una visión defendida por los acérrimos defensores de las criptomonedas. Los activos digitales no son meramente especulativos, sino una forma mejor de hacer comercio, libre de la devaluación de la moneda por parte de gobiernos despilfarradores y bancos centrales que imprimen dinero.

Es cierto que las criptomonedas siguen representando una parte minúscula de la economía boliviana en general, pero su nueva popularidad es innegable.

Esto se debe, en gran parte, a la necesidad. Las finanzas de Bolivia están en ruinas.

El gobierno ha registrado déficits presupuestarios durante 11 años consecutivos y está sumido en una deuda en moneda extranjera equivalente a una cuarta parte del tamaño de su economía. Su industria estatal de gas natural se ha tambaleado, lo que ha socavado la capacidad de obtener divisas fuertes de una de sus mayores exportaciones.

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Mientras tanto, la inflación, que ha alcanzado un 25%, su nivel más alto en 34 años, ha devastado los ahorros y el poder adquisitivo de los bolivianos, y una tasa fija artificialmente alta del boliviano ha encarecido en exceso la compra de productos de consumo diario, muchos de los cuales son importados.

Pero el uso creciente de los activos digitales también ha sido impulsado por una profunda desconfianza en las instituciones tradicionales, que no han sabido actuar en interés de los bolivianos de a pie, un sentimiento muy familiar en América Latina y, cada vez más, en todo el mundo.

Con las elecciones presidenciales previstas para el 17 de agosto, la crisis económica ha consolidado tanto el uso de criptomonedas que es probable que su adopción trascienda cualquier resultado.

Por mucho que se desprecie el boliviano, las criptomonedas tienen sus propios riesgos. Se ha demostrado que algunas stablecoins tienen bases inestables en sus reservas, y el bitcoin es a veces propenso a fluctuaciones violentas de precios.

Los dólares digitales pueden abrir nuevas oportunidades para los bolivianos, pero también pueden presentar nuevos retos.

“Contra la burocracia”

Christopher Salas vende café en un pequeño puesto en una acera del centro de La Paz, la capital de facto de Bolivia.

La mayoría de sus clientes le pagan en bolivianos, pero algunos compran con satoshis, la unidad más pequeña del bitcoin. Un código QR que se muestra en el quiosco de Salas enlaza con su criptomonedero de Blink, una empresa salvadoreña.

“No soy el único, hay otras tiendas que también usan bitcoin. “Hay una barbería allí y un gimnasio que también aceptan satoshis”.

Salas afirma que hacer negocios con criptomonedas no es solo una medida práctica, sino también una forma de rebelión.

“Para mí es una forma de preservar el valor de mis ahorros a largo plazo, pero también una forma de ir en contra del sistema, en contra de la burocracia”, señaló.

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Si bien ahora es relativamente fácil obtener criptomonedas, conseguir dólares es una tarea difícil.

En los bancos privados, los retiros de los clientes a veces se limitan a solo US$100 por semana. Se pueden conseguir dólares en el mercado negro, pero cuestan alrededor de 14 bolivianos, el doble del tipo de cambio oficial. Eso es similar al precio actual de un USDT, una opción popular entre los usuarios de criptomonedas de Bolivia.

Carlos Neira ha sido testigo del crecimiento. Es cofundador de Meru, un proveedor colombiano de carteras de criptomonedas, y afirma que su plataforma ha experimentado un aumento del 6.600% en el número de usuarios bolivianos desde que se levantó la prohibición del banco central.

Binance también es muy apreciada por sus bajas comisiones y sus recursos educativos para nuevos usuarios.

“El crecimiento en Bolivia ha sido más intenso y orgánico que en otros mercados”, afirma Neira.

Sin embargo, recurrir a las stablecoins para escapar de la inestabilidad local conlleva sus propios riesgos.

La stablecoin Terra, vinculada al dólar, se derrumbó en 2022, y un año antes, Tether pagó US$41 millones para llegar a un acuerdo con el gobierno de EE.UU. por acusaciones de que mintió sobre sus reservas.

Estos tokens están vinculados al dólar, que tiene una gran importancia como moneda de reserva mundial, pero incluso este ha bajado alrededor de un 8% este año según una medición de Bloomberg, en gran parte debido a la turbulenta política comercial de EE.UU.

Movimiento popular

Desde que el gobierno de Bolivia levantó la prohibición de las criptomonedas, ha adoptado en su mayor parte un enfoque de no intervención. Su legalización fue todo lo que hizo falta para que muchos ciudadanos las aceptaran.

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Esto contrasta con El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele convirtió el bitcoin en moneda de curso legal en 2021 y lo promovió intensamente. A pesar del impulso del gobierno, solo el 4,9% de las transacciones en el país se realizan con bitcoin, según un estudio de 2023.

En países como Venezuela y Argentina, los episodios de inflación galopante han llevado a la población a adoptar las criptomonedas como reserva de valor, pero no como herramienta generalizada para el comercio.

El uso real de los activos digitales para comprar cosas supone una curva de aprendizaje muy pronunciada que puede resultar excesiva para la mayoría de las personas que no son aficionadas.

Sin embargo, Bolivia podría ser diferente.

“Las empresas extranjeras ven a Bolivia como el epicentro del ecosistema de cripto en América Latina”, afirmó Mauricio Dulon, coorganizador de una reciente cumbre sobre criptomonedas celebrada en La Paz.

Este fervor ha atraído a una gran cantidad de proveedores de criptomonedas al país, según Hugo Miranda, responsable de economía digital de la Fundación Internet Bolivia, que promueve el uso de la tecnología. Mientras tanto, personas influyentes en las redes sociales locales están promocionando las criptomonedas como un camino hacia la libertad financiera.

Las empresas locales también están respondiendo a la intensa demanda.

Guido Balcázar, gerente general de la empresa procesadora de tarjetas de crédito Red Enlace, dijo que su empresa está trabajando a toda máquina para implementar actualizaciones que permitirán a los minoristas aceptar USDT a través de terminales de punto de venta y códigos QR.

“Existen barreras generacionales”, dijo Balcázar. “Pero la necesidad ha hecho que la gente lo adopte”.

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