Caracas — El 90% de las escuelas públicas en Venezuela aplica la modalidad mosaico, o un horario de contingencia para atenciones semanales. Son unos 8 millones de niños, según cifras oficiales, los que están sujetos a esta asistencia que viene arriesgando el nivel educativo desde hace tres años.
El horario intermitente se puso en práctica en 2020, cuando la pandemia por covid-19 había impactado en el país latinoamericano. Las autoridades educativas acordaron el regreso a clases bajo este modelo, que además exigía una alta conectividad a internet para complementar las actividades y el acceso al contenido educativo.
El año pasado, el horario que no se había descartado del todo, se retomó con mayor hincapié. En marzo, aunque los docentes habían logrado percibir un aumento salarial que ubicó sus ingresos entre US$130 y US$150 tras múltiples protestas, la devaluación de la moneda local los hizo retroceder nuevamente a un salario entre US$8 y US$17 mensuales.
Son cerca de medio millón de trabajadores activos en el gremio de maestros los que mantendrán el horario mosaico, mientras tanto no se alcance una mejora de sus ingresos. Solo las escuelas privadas, así como las instituciones de Fe y Alegría y la Asociación Venezolana de Educación Católica, que cuentan con bonificaciones y otras políticas de beneficios para sus trabajadores, manejan otros esquemas.
“Al maestro le ha tocado reinvertarse, tenemos docentes que trabajan de taxistas, que venden alimentos, tortas y comidas, revisando documentos en empresas privadas. El maestro no va a cambiar US$50 de ingreso por estos trabajos a US$15 por ir al colegio. Claro que somos los más interesados en que se resuelva, porque son los niños y jóvenes los más afectados”, comenta Gricelda Sánchez, presidenta de la Formación de Dirigentes Sindicales (Fordisi) en contacto con Bloomberg Línea.
Gerardo, de 16 años, vive en la parte alta de Petare, una populosa comunidad en Caracas, conocido como uno de los barrios más grandes de Latinoamérica. Cursa cuarto año de diversificado, su promedio es de 12 para una puntuación de 20 y no conoce todos los nombres de los estados del país.
Su mamá, Maritza Díaz, que se dedica al servicio de mantenimiento doméstico, reconoce que con la modalidad de contingencia no aprende lo que debería. Son dos días de clases que recibe a la semana, para siete materias, que en muchas repite el mismo profesor con el respaldo de guías prácticas para la casa.
“Lo ayuda su hermana buscando en internet, pero yo sé que no está aprendiendo nada, no sabe nada de nada y tiene poca motivación”, dice al ser consultada por BBL.
La deserción escolar en Venezuela es un dato sin revelarse oficialmente, sin embargo en la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) 2021-2022, se presentó una cifra de 190.000 estudiantes que habían decidido retirarse por causas económicos o por la ausencia de profesores.
A Maritza le han ofrecido la posibilidad de incorporar a Gerardo en un complemento educativo, un estilo de tareas dirigidas que encabezan maestras de la zona, con un costo de US$1 al día o US$5 a la semana. Aunque sus ingresos calculados en US$150 al mes debe invertirlo mayormente en alimentación, también pone sobre la balanza el poder darle más oportunidades a su hijo.
La organización Un Estado de Derecho, dirigida por el profesor Antonio Canova, ha estado estudiando en los últimos dos años este fenómeno de orden educativo, denominados centros pedagógicos, en medio de las deficiencias del sistema educativo venezolano.
“El tema educativo en Venezuela no va a cambiar, ni por lo quebrado ni por lo malformado, tenemos que enfocarnos en buscar alternativas, y ya sabemos que están allí, las hemos encontrado. Les están enseñando a los niños en las escuelas venezolanas un lineamiento de crear nacionalismo burdo y destructivo”, apunta Canova, quien ve un error el discutir los días de asistencia, y considera que el enfoque debe estar en buscar otras opciones que permita decidir a los padres.