Bloomberg Línea — Cada segundo, se sirve una copa de vino en algún lugar del mundo utilizando un dispositivo creado por un ingeniero biomédico estadounidense.
En 1999, Greg Lambrecht sostenía una aguja de quimioterapia en una mano y una botella de vino en la otra. Quería beberse un solo vaso, pero no quería abrir la botella y perder lo que quedaba de la bebida, que se degrada rápidamente.
Casi 12 años y miles de pruebas después, dio con una solución que transformaría la forma de beber vino de muchas personas en todo el mundo.
Lo que empezó como una frustración personal se ha convertido en una de las innovaciones más importantes en el antiguo mundo del vino, creando una nueva forma de consumir la bebida que ya está presente en más de 60 países, desde restaurantes con estrellas hasta los hogares de los aficionados.
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Coravin, un sistema que permite servir el vino sin quitar el corcho, se ha convertido en un lucrativo negocio, con millones de unidades vendidas, más de 300 millones de copas servidas y una facturación de más de R$100 millones (US$17,8 millones).
“Ahora puedo servir copas de vino de diferentes botellas de una sola vez sin sacrificar lo que queda. Ha cambiado mi forma de beber vino y la de mucha gente”, declaró Lambrecht a Bloomberg Línea en una reciente visita a São Paulo.
De salud a ‘¡salud!’
Lambrecht construyó su carrera en medicina, desarrollando equipos quirúrgicos e implantes para empresas como Johnson & Johnson y Pfizer.
Al mismo tiempo, cultivó una creciente pasión por el vino. “Aunque bebía muy poco, quería probarlo todo. Pero abrir una botella significaba tener que terminarla o desperdiciarla”, dice.
Esta limitación se intensificó cuando su mujer se quedó embarazada a finales de los años 90. Sin compañía para beber, empezó a imaginar soluciones.
“Trabajaba mucho con agujas en el campo de la medicina y me encontré pensando en cómo utilizar una de ellas para perforar el corcho sin abrir la botella”, explica. Ese fue el comienzo de un largo viaje.
Durante más de una década, combinó el seguimiento de cirugías y la investigación en laboratorios con experimentos en el sótano de su casa, invirtiendo unos US$80.000 de su propio bolsillo.
Probó diferentes agujas, presiones, tipos de tapón y una gran variedad de gases, hasta que llegó al argón, que es inerte y no tiene ningún impacto sensorial. El proceso incluyó más de 4.800 botellas de vino y pruebas a ciegas con amigos y expertos.
“Con mi experiencia científica, hice los primeros prototipos a mano y creé una “prueba clínica” en este proceso, con una serie de catas a ciegas. Un amigo me decía: “esto nunca funcionará con un Riesling”. Así que compré seis botellas de Riesling para probar. Así pasé muy rápidamente de 30 a 4.800 botellas diferentes en casa”, explica.
En 2011, tras 12 años de experimentación, Lambrecht fundó Coravin.
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El primer modelo llegó al mercado estadounidense en 2013. En 2014, la empresa desembarcó en Europa; en 2015, en Asia-Pacífico, y en 2018, oficialmente en Sudamérica y Brasil.
El primer nombre que se dio al invento fue wine mosquito, pero la idea no se popularizó.
“Estudié latín durante cinco años. ‘Coravin’ significa “corazón del vino”, que es a lo que yo quería acceder: a su esencia", explica. La idea inicial era que la pronunciación fuera como se lee en portugués, con una ‘i’ al final, pero el inventor dijo que popularizar la pronunciación ‘coraván’ también es aceptable.
El equipo se impuso rápidamente entre sumilleres, coleccionistas y restaurantes de alta cocina.
El modelo original, llamado Timeless, funciona con una aguja ultrafina que atraviesa el corcho, inyecta argón en la botella y permite extraer el vino sin que entre oxígeno. Cuando se retira la aguja, el corcho vuelve a cerrarse, manteniendo el sellado y conservando la bebida.

Negocio rentable
En la actualidad, la empresa Coravin emplea a unas 70 personas y opera en más de 60 países. Se han vendido millones de unidades y, según Lambrecht, ya se han servido más de 300 millones de copas de vino con el dispositivo.
La empresa no revela su facturación anual exacta, pero ronda “los US$100 millones, con un margen Ebitda entre el 10% y el 30%”, según el fundador.
El modelo de negocio combina la venta de los dispositivos (que suponen el 70% de la facturación) con cápsulas de gas argón (30%), que actúan como fuente de ingresos recorrentes.
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Desde 2023, mercados como Japón, Australia y Brasil han superado a Estados Unidos en volumen de ventas. En Japón, Coravin se utiliza incluso para el sake. “Brasil está creciendo rápidamente. Creo que los restaurantes empiezan a aceptar el servicio por copas”, afirma.
La empresa ha desarrollado tres sistemas principales: Timeless (original), Pivot (más asequible, creado a petición de un restaurador australiano, ideal para vinos con tapón de rosca o corcho de plástico) y Sparkling, para vinos espumosos, que utiliza CO2 en lugar de argón. Este último se desarrolló durante la pandemia, cuando Lambrecht probó 675 botellas de vino espumoso en casa.
“Todas mis ideas para nuevos productos vienen de los clientes. Escucho, diseño y hago prototipos”, explica.
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Cambio de cultura
Más que una herramienta de consumo, su inventor sostiene que Coravin promueve un cambio de mentalidad. Permite consumir vino por copas sin desperdiciarlo, reduce el riesgo de abrir una botella cara y se ha convertido en un aliado para que los restaurantes amplíen su oferta y mejoren sus márgenes.
“Hay un esfuerzo educativo. Tenemos que demostrar que servir vino por copas puede ser seguro, rentable y placentero. Y que el vino no tiene por qué consumirse de una vez”, afirma.
Incluso con el éxito de Coravin, Lambrecht sigue trabajando en el campo de la medicina. “Divido mi tiempo a partes iguales entre los dos mundos. La semana pasada estuve operando en Texas, esta semana estoy en Brasil y la próxima en Italia”, explica.
Para él, los dos campos son complementarios.
“En cirugía, puedo ‘arreglar’ a alguien y devolverle su vida activa. Pero, ¿qué es una vida activa sin calidad de vida? El vino representa eso para mí. Necesito las dos cosas: el invento que salva y el que da placer”, afirma.
Sin embargo, según él, el volumen de negocio de Coravin ya supera al de las empresas relacionadas con la salud. “Pero son modelos diferentes: en medicina, un aparato puede valer diez veces más que los ingresos; en bienes de consumo, raramente más de seis”, afirma.
La empresa del sector vitivinícola ya ha recibido ofertas de compra, según el ingeniero, pero asegura que no tiene intención de venderla.
“Hemos tenido interesados, pero el precio nunca valió la pena. Y no necesito el dinero. Me gusta lo que hago. La empresa es rentable y me divierte”.
También descarta diversificarse hacia otro tipo de bebidas. “No quiero hacer nada con cerveza o licores. Me centro en el vino. Es lo que me gusta”.
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