Cuando en 1967 un helicóptero de United States Steel Corp. que transportaba a un equipo de geólogos aterrizó en un apartado rincón de la selva amazónica, se produjo un descubrimiento fortuito: un gigantesco yacimiento de mineral de hierro que se convirtió en Carajás, una de las regiones más ricas del mundo en minerales.
Hoy en día, el escenario puede parecer menos propio de un guion de Indiana Jones, pero podría volver a surgir una asociación minera similar entre EE.UU. y Brasil, esta vez alrededor de los minerales críticos que están sacudiendo la geopolítica contemporánea.
En un momento en que los gobiernos de Donald Trump y Luiz Inácio Lula da Silva intentan limar sus bulliciosas discrepancias, el desarrollo de metales estratégicos, en especial las tierras raras, se erige como un área inusual de interés común.
La decisión de China de utilizar su dominio de la cadena de suministro de tierras raras como un arma en respuesta a los aranceles de Washington, ampliando las restricciones a sus exportaciones de componentes vitales para todo, desde semiconductores hasta sistemas de defensa, ha abierto la puerta a posibles productores, entre ellos Brasil, Australia y la India.

Aunque EE.UU. tiene un plan ambicioso, y poco convencional, para reconstruir su propia industria minera, como explicaba hace poco mi colega Liam Denning, Washington precisará toda la ayuda que pueda obtener de sus aliados si pretende desafiar el dominio casi total de China.
Aquí es donde entra Brasil: ya una potencia minera, geográficamente cercana a Estados Unidos y con las más grandes reservas de tierras raras del planeta después del gigante asiático.
Brasilia ha estado hablando de una estrategia sobre minerales críticos durante décadas, sin resultados apreciables. Una alianza estratégica con EE.UU., el principal inversor extranjero del país, podría por fin darle impulso, mediante empresas conjuntas, acuerdos de compra, financiación o acuerdos estratégicos.
Al margen de algunas iniciativas existentes, es probable que el tema adquiera gran relevancia cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Mauro Vieira, se reúna con su homólogo Marco Rubio en Washington, estableciendo el marco para la primera reunión bilateral entre Trump y Lula.
Lula podría usar la carta de las tierras raras como moneda de cambio para levantar los elevados aranceles que Trump anunció en julio, por un total del 50%, aprovechando el renovado interés del presidente por hacer negocios con Brasil.
Ese sería un acuerdo que ambas partes podrían presentar como una victoria, sobre todo dadas las implicaciones para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Sin embargo, líder izquierdista tendrá que actuar con cautela: su nacionalista Partido de los Trabajadores, siempre receloso de cualquier indicio real o imaginario de imperialismo, no tolerará ningún acuerdo explotador similar al que muchos vieron en el acuerdo previo de Trump con Ucrania.
Para disipar esos temores, Lula podría impulsar el desarrollo de la refinación nacional y la capacidad de producción de imanes, una idea alineada con las ambiciones de política industrial de su gobierno y, según se informa, planteada ante la administración Biden antes del regreso de Trump al poder. El presidente Lula podría reactivarla ahora.
Para EE.UU., cualquier cadena de suministro adicional que desafíe el dominio de China es una victoria, incluso si se desarrolla en el extranjero. Además, ayudaría a contrarrestar la relación de Brasil con Pekín, ya su principal socio comercial y destino de la mayoría de sus minerales y materias primas.
Al mismo tiempo, la colaboración con Estados Unidos podría brindar a Brasil los incentivos y la masa crítica necesarios para que su industria de tierras raras finalmente despegue. A pesar de sus enormes reservas y numerosos proyectos prometedores, la producción brasileña de tierras raras sigue siendo cercana a cero.
“Estamos retrasados en un negocio que ahora está en el centro de un conflicto global. China está cerrando su mercado y EE.UU. está invirtiendo fuertemente en su país”, me dice Fernando Landgraf, experto en minerales críticos y profesor de la Universidad de São Paulo.
“Sería muy interesante que Estados Unidos estuviera interesado en una empresa conjunta para refinar tierras raras en Brasil, agregando más valor aquí”.
Brasil también ofrece una ventaja clave para los inversores estadounidenses. A pesar de su legendaria burocracia y estricta regulación, sigue siendo un destino abierto para el capital extranjero, incluso en sectores estratégicos.
Las filiales brasileñas de empresas estadounidenses pueden incluso optar a financiación del banco nacional de desarrollo, BNDES, que actualmente busca respaldar 56 proyectos centrados en minerales estratégicos. El éxito de la mayor economía latinoamericana en el desarrollo de otros metales clave para la transición energética, como el níquel, el cobre, el grafito y el litio, refuerza aún más sus credenciales.
Y luego está el niobio. Brasil representa alrededor del 90% de su producción mundial, esencial para aleaciones de acero más resistentes y ligeras que se utilizan en todo, desde turbinas hasta teléfonos inteligentes.
Una sola empresa privada brasileña, CBMM, controlada por la multimillonaria familia Moreira Salles, domina la producción de niobio tras décadas de construir una nueva cadena de suministro, lo que confirma el enorme potencial del país en estas industrias.
En 2011, un grupo chino y un consorcio japonés-surcoreano adquirieron una participación del 15% cada uno en CBMM, posicionándose estratégicamente años por delante de cualquier competidor estadounidense.

Naturalmente, la diplomacia minera es tan solo uno de los diversos temas que se prevé que figuren en la agenda bilateral, varios de ellos polémicos, entre ellos la situación en Venezuela, la expansión del BRICS, la agitación en Haití, la mano dura de Brasilia contra las grandes tecnológicas y el etanol.
No obstante, la oportunidad está ahí. Trump y Lula no la aprovecharán por afinidad ideológica. Pero podrían hacerlo porque tiene perfecto sentido comercial y estratégico.
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