En el partido clasificatorio para el Mundial entre Argentina y Brasil disputado hace casi dos semanas, se dieron todas las características de las rivalidades futbolísticas más encarnizadas: palabras incendiarias, un ambiente endemoniado en un estadio a rebosar y un resultado contundente del que se hablará durante varias semanas más.
Argentina se impuso a su rival histórico por 4 goles a 1, lo que provocó celebraciones en un bando y furia en el otro, algo habitual en dos naciones apasionadas por el deporte rey.
No obstante, dejando a un lado esta evidente rivalidad deportiva, nos enfrentamos a un momento mucho más inquietante que afecta a las dos mayores economías sudamericanas: la tradicional alianza entre dos gobiernos amistosos con objetivos estratégicos en común y un importante acuerdo comercial está en vías de extinción.
Incluso si la ruptura no es un hecho inminente, ambos países ya no parecen interesados en una integración económica significativa.
Afectados por las divergencias políticas y la polarización ideológica, sus contactos al más alto nivel se han reducido a un mínimo. El comercio dentro del bloque se ha estancado, aun cuando las exportaciones con otras regiones se hayan incrementado, lideradas por los envíos de Brasil.

Sí, esto proviene en cierta medida de la antipatía política y personal entre el presidente de izquierdas brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y su homólogo argentino, el libertario Javier Milei. Desde la irrupción de Milei en vísperas de las elecciones generales de 2023, las mezquindades electorales, los prejuicios ideológicos y la vanidad personal han mermado la tradicional compenetración de estos dos vecinos.
Pero sería un error pensar que se trata de algo puntual: Igual tensión dogmática surgió entre el peronista Alberto Fernández y el conservador Jair Bolsonaro; no protagonizaron ningún encuentro formal en persona entre 2019 y 2022.
Efectivamente, durante gran parte de la última década, una miopía estratégica, las economías divergentes y el consumo de agendas nacionales han venido viciando la relación Brasil-Argentina, desgastando el vínculo por lo general pacífico y constructivo de más de 200 años.
Sea testigo de cómo Milei pretende avanzar en un acuerdo de libre comercio con EE.UU., dejando de lado a sus socios del Mercosur (Brasil más Uruguay, Paraguay y Bolivia) precisamente cuando ostenta la presidencia rotatoria de dicho bloque. Bizarro.
Abandonar la integración sería un error de proporciones históricas.
Siendo dos de los países más grandes del mundo, con una frontera común de más de 1.100 kilómetros, inagotables recursos alimentarios, energéticos y minerales, sin conflictos militares y con una población aún relativamente joven, Brasil y Argentina tienen mucho que ganar trabajando juntos.
En el mundo fracturado y arancelario actual, formar parte de un bloque comercial con ideas afines para hacer frente a las grandes potencias es aún más esencial que en 1991, cuando se firmó el tratado del Mercosur en Asunción. Sin mencionar la necesidad de cooperación en algunos de los peores problemas de la región, desde la inseguridad y el crimen organizado hasta la tragedia de Venezuela.
Eso no significa negar el estado de parálisis que afecta al Mercosur actualmente, reflejado en los 25 años que tardó en negociar un acuerdo con la Unión Europea. Milei tiene razón cuando afirma que el bloque comercial sudamericano necesita de manera desdeperada flexibilidad y aggiornamento (actualizarse).
Reducir aún más su arancel externo común y reconsiderar sus instituciones son buenos puntos de partida. (Apuesto a que no muchos de ustedes conocen el Parlamento del Mercosur, con sede en Montevideo, compuesto por 186 legisladores que se reúnen una vez al mes).
Ahora bien, si realmente quiere ser disruptivo, Milei abandonaría su aspiración de un pacto comercial con Estados Unidos y propondría negociar con el presidente Donald Trump en nombre del bloque.
Sospecho que los vientos proteccionistas que emanan de Washington son demasiado fuertes, pero en el improbable caso de que la Casa Blanca esté interesada en un acuerdo, hablar con una sola voz en nombre de un grupo más amplio seguramente sería más atractivo que hacerlo por la frágil economía argentina.

De hecho, en más de un sentido, los recurrentes problemas financieros de Argentina explican la creciente debilidad del Mercosur. Con el paso de los años, el país ha perdido atractivo como destino de inversión; las empresas brasileñas ya no buscan oportunidades de expansión en el sur.
Cuando se creó el Mercosur, la economía brasileña era menos del doble del tamaño de la argentina. Hoy, es más del triple, con mercados de capital mucho más grandes y acceso a financiación más barata.
Incluso se podría argumentar que el fútbol es uno de los pocos ámbitos en los que Argentina ha superado a Brasil en los últimos años.
Estabilizar la volátil economía argentina es fundamental para que el proceso de integración recupere fuerza. Al mismo tiempo, Brasil parece haber perdido su capacidad de comprender y liderar a sus vecinos en medio de luchas internas y una política exterior excesiva que ha desviado su atención hacia la región.
Todos estos importantes inconvenientes son superables si la integración económica vuelve a ocupar un lugar estratégico prioritario.
Diego Guelar, exembajador argentino en Brasilia, afirma que la integración debería ser la ideología predominante y prevalecer sobre cualquier otra consideración política. “Nos hemos dejado consumir por la mezquindad y la falta de responsabilidad de los líderes de ambos países”, me dijo.
La visión optimista es que, a pesar de sus problemas y complejidades, el Mercosur sigue vivo. Pero eso es un pequeño consuelo y una receta para nuevos problemas. Brasil y Argentina necesitan urgentemente dejar de lado sus diferencias y recuperar la confianza perdida, centrándose en sus objetivos comunes.
El ejemplo de la embajada de Argentina en Venezuela, actualmente bajo custodia del gobierno brasileño para evitar el acoso del régimen de Nicolás Maduro, demuestra que su relación aún tiene una base sólida.
También lo son los lazos culturales y comerciales: el año pasado se registraron más de 23.000 vuelos entre ambos países, un récord y un 15% más que en 2023, según Corporación América Airports, operador en ambos países.
Tras el partido de la semana pasada, un exultante Milei no perdió la oportunidad de animar a los brasileños, uniéndose a una emisora de radio minutos después del pitido inicial para elogiar a la selección nacional. Estuve en el estadio de Buenos Aires esa noche inolvidable y solo puedo compartir su entusiasmo (¡perdónenme, amigos brasileños!).
Sin embargo, estos sentimientos deberían limitarse al estadio de fútbol. En el ámbito económico y geopolítico más amplio, Brasil y Argentina deberían unir fuerzas para crear un equipo de ensueño.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
Lea más en Bloomberg.com