¿Cómo Trump podría ganar, y merecer, el Premio Nobel de la Paz?

Premios Nobel
Por Andreas Kluth
14 de marzo, 2025 | 09:22 AM

Bloomberg — No es un secreto que Donald Trump esté obsesionado con ganar el Premio Nobel de la Paz, uno de los motivos por los que está presionando tanto a Ucrania y Rusia para que negocien un alto el fuego.

No obstante, la forma en que el presidente de Estados Unidos lo está abordando no le granjeará ningún favor en Oslo, porque hasta ahora solo parece estar coaccionando a Ucrania para que capitule.

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Pero Trump tiene otra forma de llegar al Nobel, y todo el mundo, incluso sus detractores, deberían apoyarle: podría ganarlo reduciendo el riesgo de un armagedón nuclear.

Durante su primera administración, Trump intentó y fracasó en su empeño de entablar conversaciones trilaterales entre EE.UU., Rusia y China para limitar o al menos reducir el número de armas nucleares. (EE.UU. y Rusia tienen más de 5.000 armas nucleares cada uno, mientras que China, ocupando el tercer lugar, tiene unas 600 y está luchando por igualarse con los otros dos).

Además, Trump ya se retiró de un tratado de control de armas con Rusia y se ha negado a renovar el único que le quedaba, dejando la prolongación en manos de su sucesor, Joe Biden. Pero hasta ese acuerdo, llamado Nuevo START, vence el próximo febrero.

En ese punto, y por primera vez desde el comienzo de la Guerra Fría, no existirá nada que impida a las principales potencias nucleares del mundo emprender una nueva carrera armamentística.

Lo cierto es que ya hay varias carreras de esta índole en marcha: China y Corea del Norte están aumentando sus arsenales tan rápido como pueden, y los nueve países con armas nucleares están “modernizándolas”.

En EE.UU. eso implica modernizar las cabezas nucleares, así como los bombarderos, submarinos y misiles que las transportan, a un coste de US$1,7 billones en 30 años, o US$75.000 millones al año en esta década, aunque los costes y los plazos siguen ampliándose con cada estimación.

El peligro de una guerra nuclear está creciendo aún más rápido de lo que sugieren estos números, porque los países también están cambiando los tipos de armas nucleares que tienen y sus estrategias para utilizarlas.

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Concretamente, Rusia está construyendo más armas “tácticas” o “de teatro”; tiene una ventaja de alrededor de 10 a 1 sobre EE.UU. en esa categoría, que no está cubierta por el Nuevo START. Asimismo, EE.UU. está considerando la posibilidad de volver a dar un papel más importante a estas armas nucleares limitadas.

Las armas nucleares tácticas se definen de manera general como armas que se utilizan como último recurso para evitar una derrota en batalla (en contraste, las armas nucleares estratégicas se construyen para destruir el territorio de un enemigo en represalia por un ataque nuclear inminente).

Las armas tácticas aún pueden contener varias Hiroshimas en potencia explosiva, pero como tienen un “rendimiento” menor que las estratégicas, se las considera más utilizables.

Aun así, los juegos de guerra sugieren que cualquier uso, sin importar cuán limitado sea, conduciría inmediatamente a una escalada incontrolable y posiblemente al Armagedón.

A estas tendencias hay que sumarle un patrón reciente de violación temeraria de tabúes.

Los líderes de Rusia y Corea del Norte siguen haciendo sonar sus sables atómicos, y los miembros de la primera administración de Trump quieren reanudar los ensayos de bombas nucleares.

Si se tiene en cuenta el riesgo de un error de cálculo por parte de alguien bajo presión, o el papel imponderable de la IA en la toma de decisiones en materia nuclear, resulta evidente que el mundo se está adentrando en el mayor peligro desde la Crisis de los Misiles de Cuba.

Trump, a pesar de todo el caos que está provocando en los asuntos internacionales, comprende ese peligro. Además, su visión del mundo, que es un anatema para el derecho internacional y las organizaciones multilaterales como la ONU, resulta muy adecuada para las realidades nucleares.

En lo que se refiere a la geopolítica de la guerra por fisión, el multilateralismo y el derecho (tal como se plasma en el Tratado de No Proliferación Nuclear) son prácticamente irrelevantes. Lo que importa es la interacción estratégica entre las grandes potencias.

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En el ámbito nuclear, realmente tiene sentido pensar en “esferas de influencia”, como hicieron los líderes estadounidenses, británicos y soviéticos en Yalta hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se repartieron Europa en aras de la estabilidad.

El problema, por supuesto, es que cada superpotencia nuclear tiene intereses diferentes y contrapuestos.

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Rusia sabe que es económica y militarmente más débil que Estados Unidos y que perdería una guerra convencional, por lo que valora las armas nucleares tácticas como un elemento de disuasión psicológica y un último recurso para “escalar y desescalar” en su propio beneficio.

China es la única nación que tiene una política oficial de “no ser el primero en utilizar armas nucleares”, pero aun así quiere estar a la par de Estados Unidos para evitar ser coaccionada, especialmente si alguna vez llega a los golpes por Taiwán.

EE.UU., mientras tanto, se pregunta si debería seguir enfrentándose sólo a su oponente nuclear más fuerte, Rusia, o necesita un equilibrio numérico contra Rusia y China juntas, para evitar que estos dos se unan en una crisis.

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Y, sin embargo, todos tienen un interés en común: prevenir una guerra nuclear que, como expresaron memorablemente Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, “no se puede ganar y nunca se debe librar”. Además, todos pueden aceptar la lógica de su mutuo “dilema de seguridad”, en el que cualquier cosa que uno de ellos haga obliga a los demás a responder, en lo que amenaza con convertirse en una espiral hacia la guerra.

Trump podría empezar por algo pequeño, sugiriendo que Estados Unidos y Rusia mantengan informalmente los límites del Nuevo START, ya sea que caduque o no, a la espera de un nuevo acuerdo. También podría presionar para que se reanuden las inspecciones mutuas para generar confianza.

Mientras tanto, Trump y sus homólogos, Vladimir Putin en Rusia y Xi Jinping en China, necesitan acordar un formato. Trump quiere conversaciones como las de Yalta entre este trío.

Rusia prefiere conversaciones entre las cinco naciones designadas por el Tratado de No Proliferación Nuclear como legítimas potencias nucleares, incluidas Francia y el Reino Unido. Algún día, también deben participar India, Pakistán, Corea del Norte e Israel (que nunca ha declarado oficialmente su arsenal).

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De cualquier manera, es necesario que haya conversaciones, y Trump afirma que Putin y Xi, cuyo estilo autocrático admira, están abiertos a la idea. “Nos gustaría ver una desnuclearización”, dijo , porque eso sería “algo increíble para el planeta”.

El planeta no es lo que suele tener prioridad en su visión del mundo de “Estados Unidos primero”, pero tendría razón. Si Trump tiene éxito, merece ese Premio Nobel de la Paz, incluso si tal vez tenga que compartirlo.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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