Si hay algo que mueve al mundo es el dinero, pero en los últimos tiempos no ha funcionado del todo bien.
Al margen de las naciones desarrolladas en Europa del Este, Latinoamérica y África, las personas y las compañías se están viendo cada vez más excluidas de los pagos globales.
Se trata de una consecuencia involuntaria de las medidas necesarias para hacer cumplir las sanciones y frustrar a los criminales, y esta tendencia está provocando un daño considerable al comercio y al crecimiento económico.
Aunque parezca mentira, las criptodivisas podrían ayudar. Más allá del revuelo que rodea al bitcoin (XBT), los responsables de autoridades financieras multinacionales están adaptando la tecnología para desarrollar un sistema de pagos que conectaría mejor el planeta. Se merecen todo el respaldo de sus gobiernos.
Desde los ataques suicidas del 11 de septiembre del 2001, las instituciones financieras internacionales han exigido rigurosos requisitos de verificación a las entidades bancarias que procesan pagos internacionales.
En consecuencia, estos bancos corresponsales se han alejado de las zonas que estiman demasiado arriesgadas, particularmente de los países de renta baja. La reducción del acceso ha acarreado consecuencias concretas: se estima que los exportadores afectados de los países emergentes de Europa redujeron el empleo en más de un 10% por término medio.
Esta tendencia refuerza las fallas de larga data del sistema de pagos transfronterizos.
Supongamos que Alice, en Estados Unidos, quiere pagar a Baris, en Turquía. Si sus bancos no tienen un enlace directo, la transferencia debe pasar por una cadena de instituciones, todas las cuales tienen sus propios registros, reglas de cumplimiento, bases de datos y horarios de atención que pueden entrar en conflicto entre sí.
La conversión de moneda también puede requerir que se entreguen liras antes de recibir dólares, un riesgo de liquidación que, en un día determinado, puede ascender a más de US$2 billones a nivel mundial. Como resultado, las transacciones pueden ser lentas y costosas. Los migrantes que envían dinero a sus países de origen, a países de ingresos bajos y medios, a menudo pagan comisiones que superan el 6%, lo que suma decenas de miles de millones de dólares al año.
Entra en escena la tecnología cripto. El dinero en efectivo y otros activos financieros, incluso en forma electrónica, siguen siendo objetos tontos que requieren mucha intervención humana para llegar del punto A al punto B.
Esto cambia si toman la forma de tokens digitales, que viajan en una plataforma unificada donde intermediarios como los bancos comparten datos, mantienen un libro de contabilidad común e idealmente tienen acceso a las monedas digitales emitidas por los bancos centrales.
Es como si el dinero se volviera autónomo: el dólar de Alice podría programarse para convertirse automáticamente en una lira en la cuenta de Baris una vez que se completaran las verificaciones requeridas y la conversión de moneda, eliminando así muchos retrasos, riesgos y costos.
Por muy descabellada que parezca una plataforma de este tipo, los responsables de las políticas ya están trabajando para crearla. Los economistas del Fondo Monetario Internacional han publicado un concepto detallado y el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés) ha realizado experimentos.
Más recientemente, siete bancos centrales (entre ellos la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón) y más de 40 instituciones financieras (entre ellas Deutsche Bank y JPMorgan Chase) se han sumado a un esfuerzo del BIS para poner a prueba un modelo que funcione.
Es cierto que queda mucho camino por recorrer. Los países y las instituciones financieras deben determinar cómo gobernar cualquier plataforma, quién tendrá acceso a ella, qué activos se comercializarán y cómo resolver los conflictos.
Los participantes del mercado podrían no inclinarse por el mejor diseño o la mejor tecnología posible, en particular si puede afectar a los operadores tradicionales en negocios como el depósito en garantía, el cambio de divisas y las remesas.
Por lo tanto, es crucial que los banqueros centrales y otros altos funcionarios sigan involucrados y estén preparados para impulsar los avances en pos del mejor interés colectivo. En última instancia, la gestión del dinero es un bien público. Hacer que funcione mejor podría beneficiar a miles de millones de personas.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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