Si te dijera que Argentina es el nuevo mercado más prometedor del mundo para el cobre, probablemente te rascarías la cabeza o simplemente te reirías.
En definitiva, este es un país más conocido por su volatilidad y sus cambios radicales de política que por la clase de estabilidad política y financiera a largo plazo que exigen los megaproyectos mineros.

En Argentina, la última gran mina de cobre cerró en 2018. En la actualidad, la producción es prácticamente inexistente. A pesar de sus vastas reservas, particularmente en la cordillera de los Andes, junto a Chile y Bolivia, una gran parte de la riqueza mineral argentina permanece sin explotar como consecuencia de décadas de condiciones empresariales hostiles y caos económico.
Por eso fue tan simbólica la visita sincronizada de los ejecutivos de Rio Tinto Plc. y Glencore Plc. a Buenos Aires la semana pasada. El 20 de agosto, con apenas unas horas de diferencia, los altos mandos de estas dos gigantescas compañías mineras se reunieron con Javier Milei, el presidente libertario que ha prometido romper el ciclo de fracasos económicos de Argentina.
Sus apuestas son audaces. Rio Tinto está impulsando un proyecto de litio de US$2.500 millones, mientras que Glencore está evaluando dos grandes proyectos de cobre que, en conjunto, requerirían inversiones por US$13.500 millones
Las grandes compañías mineras ven ahora a este país sudamericano como la nueva gran frontera, en un momento en que el mundo se prepara para una severa escasez de cobre en la segunda mitad de esta década, dada la importancia de este metal rojizo en la transición energética.
Existen seis proyectos de cobre de clase mundial en fase de diseño, con el respaldo de empresas como BHP Group Ltd. y First Quantum Minerals Ltd., que se prevé que empiecen a producir entre 2028 y 2031. Si se llevan a cabo, Argentina podría producir más de un millón de toneladas métricas de cobre al año, lo que la colocaría entre los principales proveedores mundiales.
Las palabras clave aquí son: si se concretan.
Argentina ha visto cómo el auge minero se desvanecía, con proyectos ambiciosos que no avanzaban debido a cambios abruptos en las políticas y la crisis monetaria. Para aprovechar esta oportunidad de oro, el gobierno de Milei necesita superar sus recientes reveses (incluido un escándalo de sobornos en auge) y consolidar la recuperación económica.
Además, los legisladores y los líderes provinciales, en particular los de una oposición más centrada en las ganancias partidistas que en el bienestar nacional, deben igualar el compromiso de Milei.
Por su parte, las mineras, mientras tanto, deben mantener un diálogo sólido con las comunidades locales y cumplir con estrictos estándares ambientales, si no quieren que se repita la pesadilla de First Quantum en Panamá, donde las protestas a nivel nacional obligaron al cierre de su gigantesca mina de cobre en 2023.
Vi estos escollos de primera mano.
En 2006, mientras vivía en Londres, fui testigo de la emoción de los funcionarios de Rio Tinto al inaugurar un enorme proyecto de potasa en Mendoza, la provincia argentina famosa por sus vinos.
El proyecto, Río Colorado, parecía revolucionario: proximidad a Brasil, un gigante ávido de fertilizantes, gran geología y un fuerte interés comercial. Vale SA lo compró en 2009, prometiendo US$6.000 millones para su desarrollo, por lejos la mayor inversión en el país en ese momento.
Sin embargo, tras invertir más de US$2.000 millones y completar casi la mitad del proyecto, la empresa con sede en Río de Janeiro lo abandonó en 2013, frustrada por la inflación, los controles de capital y las absurdas demandas de múltiples autoridades. Casi dos décadas después, Río Colorado sigue siendo una quimera, y Brasil todavía importa gran parte de su potasa de Rusia.
Este no es un caso aislado.
Roberto Cacciola, veterano de la industria y presidente de la cámara minera del país, ha presenciado numerosos intentos fallidos de explotar los mayores yacimientos mineros de Argentina. Aun así, cree que esta vez podría ser diferente.
El gobierno de Milei ha creado un nuevo marco legal, conocido por su acrónimo RIGI, que ofrece garantías, incentivos fiscales y beneficios regulatorios para grandes inversiones de capital.
El país también comparte un creciente consenso de que en ciertas industrias, energía, agricultura, tecnología y, por supuesto, minería, las políticas nacionales deben centrarse en impulsar las exportaciones, independientemente de quién esté en el poder. En especial, en instantes en que los nuevos yacimientos son escasos y más difíciles de explotar, la geología argentina la convierte en un destino irresistible.
“Las condiciones están dadas para que este auge avance, pero debemos evitar el electrocardiograma que tradicionalmente ha sido la economía argentina”, me dijo Cacciola desde Buenos Aires. “Nada de esto sucederá de la noche a la mañana. Ya nos hemos decepcionado varias veces”.

Las cifras apuntan a un avance.
El año pasado, Argentina exportó minerales por valor de US$4.650 millones, liderados por los envíos de oro, casi un 44% más que los US$3.240 millones registrados en 2021. Se prevé que la producción de litio se cuadriplicará en comparación con el mismo año.
El gobierno también firmó un acuerdo con la administración saliente de Biden para fortalecer las cadenas de suministro de minerales críticos, lo que añade peso geopolítico a sus ambiciones.
Pero estos enormes proyectos cupríferos representan la prueba definitiva. Si Argentina logra llevarlos a cabo, indicará no solo que el auge minero es real, sino que el país mismo ha abierto nuevos caminos.
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