El nuevo papa será italiano, independientemente de dónde haya nacido

Basílica de San Pedro el día de la muerte del Papa Francisco en la Ciudad del Vaticano, el lunes 21 de abril de 2025.
Por Howard Chua-Eoan
07 de mayo, 2025 | 09:34 AM

Hace casi medio siglo que ya no se puede responder con certeza a la vieja pregunta: “¿Es italiano el papa?.

Desde entonces, la Iglesia Católica ha estado encabezada por un polaco, un alemán y un argentino: la sucesión de pontífices no italianos más prolongada desde que siete franceses ocuparon el trono de San Pedro durante los 67 años del papado en Aviñón, en el siglo XIV. Antes de la elección de Juan Pablo II en 1978 —Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia—, el papado había estado en manos italianas durante 455 años consecutivos.

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Hasta que fue elegido en el año 1978 Juan Pablo II, nacido Karol Wojtyla y arzobispo de Cracovia, hubo 455 años de papas de origen italiano.

Cuando la Santa Sede se está preparando para el cónclave que tendrá lugar este 7 de mayo y en el que se elegirá al sucesor del difunto papa Francisco, una lista extraoficial, pero fidedigna de 22 papables, solo incluye a cinco cardenales italianos.

En efecto, los máximos exponentes de las alas liberal y conservadora de la Iglesia son procedentes del Sudeste Asiático y de África Occidental, respectivamente: El cardenal filipino Luis Antonio Tagle y el cardenal guineano Robert Sarah.

Aunque sea un italiano, dirigirá una de las organizaciones religiosas más diversificadas y globales: El papa es la cabeza espiritual y moral de los casi 1.400 millones de católicos que existen en el mundo. Italia no es siquiera la más poblada de las naciones católicas. Esa sería Brasil.

Y no obstante, “¿Es italiano el papa?”, es todavía una pregunta pertinente. Las posibilidades de acceder al papado se incrementan con la capacidad de hablar italiano (tanto Tagle como Sarah lo hablan con fluidez).

Juan Pablo II, que presidió el pontificado de 1978 a 2005, hablaba ocho idiomas sin esfuerzo, entre ellos el italiano. Sus sucesores Benedicto XVI y Francisco también hablaban italiano. “¿Habla italiano el papa?”, seguirá siendo un tema crítico para el nuevo pontífice. Existen varias razones para ello.

Primero, el papa es técnicamente el obispo de Roma, el sucesor de San Pedro, el más antiguo de los 12 discípulos originales de Jesús. Por ello, entre sus responsabilidades está el servicio a los feligreses de Roma. Aunque puede nombrar, y de hecho nombra, a auxiliares para que se ocupen de estas tareas sacerdotales, no por eso deja de tener que hacer apariciones más que ocasionales en sus dominios inmediatos.

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Segundo, el papa es el gobernante autocrático de un territorio independiente enclavado en la capital de Italia, remanente de una superpotencia europea que compitió con reyes, emperadores y sultanes.

Ha defendido esta prerrogativa terrenal con maquiavélica destreza a lo largo de los siglos, aunque solo sea para cumplir la promesa que Jesús le hizo a Pedro: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Fue este derecho divino de elevar al paraíso o condenar al infierno lo que contribuyó a desatar las cruzadas hace siglos, y quizás ayudó a los polacos a plantar cara a Moscú al final de la Guerra Fría y a los filipinos a derrocar una dictadura en 1983.

La existencia del Vaticano como país implica una realpolitik mucho más turbia.

A medida que la Italia moderna surgió con la unificación de la península en el siglo XIX, los Estados Pontificios, gobernados directamente por el pontífice desde el siglo VIII, fueron perdiendo terreno paulatinamente hasta que Pío IX, cuyo reino abarcaba tres millones de súbditos y un ejército de 15.000 soldados, se vio prácticamente atrincherado en los alrededores de la colina vaticana de Roma, donde se alza la Catedral de San Pedro.

Se negó a reconocer al nuevo estado italiano en un impasse que se prolongaría durante los cuatro papados siguientes.

No fue hasta 1929 que Pío XI y Benito Mussolini firmaron un tratado que creó la Ciudad del Vaticano como un país independiente, otorgando al papado poderes terrenales una vez más a cambio del reconocimiento papal de la Italia moderna y una compensación económica por la pérdida de sus territorios. En ese sentido histórico, el papado moderno es inseparable de Italia.

La broma de mal gusto de la Casa Blanca de inteligencia artificial, que imagina al presidente de EE.UU. como el próximo papa, podría influir en la política del cónclave, dificultando que un cardenal estadounidense ascienda al trono papal. La Iglesia aún recuerda el lejano papado de Aviñón como una época en la que los pontífices gozaban de menos poder al estar bajo la influencia de los monarcas franceses.

Es improbable que los cardenales modernos elijan a un pontífice que pueda ser manipulado por Washington, y mucho menos al propio presidente estadounidense, quien, que yo sepa, no habla italiano con fluidez.

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En cualquier caso, la interrelación entre Italia y el papado continuará. Toda esa crueldad histórica ha resultado irónicamente en una especie de círculo virtuoso. El Vaticano, con espacio físico e independencia garantizados por el Estado italiano, sigue siendo el guardián de algunos de los mayores tesoros del arte y la arquitectura italianos.

Y a medida que la Iglesia Católica se ha globalizado, toda esa magnífica filigrana italiana se ha convertido en parte del poder blando proyectado por la Santa Sede: un carisma inseparable de Italia.

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Se ha hablado de desvincular el papado de sus raíces europeas e italianas a medida que la Iglesia se expande hacia África, Asia y Latinoamérica. Eso será difícil. Después de todo, es la Iglesia Católica Romana. Y siempre ha podido desempeñar un doble papel.

A lo largo de los siglos, los papas han hablado urbi et orbi (latín para “la ciudad y el mundo”, es decir, tanto a Roma como al planeta). El próximo papa puede que no sea nacido en Italia, pero tendrá que convertirse en italiano.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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