Hablar largo y tendido puede ser mejor que guerra-guerra, pero en materia de cambio climático, la boca del mundo parece estar completamente cerrada.
Si pretendemos evitar el calentamiento planetario más devastador, puede que pronto necesitemos algo que desempeñe el papel que durante tanto tiempo han desempeñado las negociaciones mundiales sobre el clima, si es que tal cosa existe.
Las negociaciones de las Naciones Unidas para poner freno al uso de plásticos terminaron en fracaso este último fin de semana, apenas unos días más tarde del fracaso de la última ronda de negociaciones de la ONU sobre el clima, que tuvo lugar poco después del fracaso de las negociaciones de la Organización sobre biodiversidad.
Como escribió mi colega de Bloomberg Opinión, David Fickling en respuesta a la debacle de los plásticos, “todo el edificio de la diplomacia medioambiental está fallando”.
No existen motivos para pensar que el cambio climático vaya a producirse pronto. Donald Trump, adversario del clima, regresa a la Casa Blanca, y los partidos verdes han sufrido una derrota en las elecciones parlamentarias europeas de este año.
En todo el mundo, los gobiernos están rehuyendo sus ya escasos compromisos para poner freno a las emisiones de gases de efecto invernadero que calientan el planeta. Y las empresas están renunciando por completo a sus objetivos climáticos.
Estados petroleros como Arabia Saudita y Rusia están ejerciendo presión en las negociaciones de la ONU para impedir que se tomen medidas enérgicas. Incluso están dirigiendo las negociaciones. En Azerbaiyán, el país anfitrión de la COP29, la gente se baña literalmente en petróleo crudo.
Es posible esperar que incluso los políticos más petroleros terminen por darse cuenta del problema que plantea dejar que el cambio climático se desencadene sin control, lo que expone a los votantes a toda clase de riesgos, desde catástrofes naturales hasta la subida del precio de los huevos.
No obstante, por mucho que los votantes declaren que les preocupa, el clima sigue votando por los mimos viejos negacionistas de siempre.
De hecho, un nuevo estudio de la Universidad Bocconi de Milán descubrió que los votantes recompensaron a los políticos italianos que niegan el clima por simplemente atribuirse el mérito de la ayuda en caso de catástrofe después de que una devastadora tormenta de viento provocada por el clima azotara el noreste de Italia en 2018.
En lugar de convertirse en ecologistas, también es posible que los políticos de derecha adopten lo que el autor Richard Seymour ha llamado nacionalismo del desastre, utilizando los estragos del cambio climático como excusa para inclinarse aún más hacia sus políticas reaccionarias y antiinmigrantes.
En ese caso, estamos a solo unos pasos del ecofascismo, nada de lo cual conduce a un espíritu global de cooperación y sacrificio compartido.
Los acuerdos anteriores de la ONU, como el Acuerdo de París de 2015 y las medidas adicionales que los países acordaron adoptar en las conversaciones de Glasgow en 2021, han impulsado el progreso climático global.
En conjunto, esos dos acuerdos por sí solos podrían, si se respetan, limitar el calentamiento a menos de 2°C por encima de los promedios preindustriales, me dijo el climatólogo de la Universidad de Pensilvania Michael Mann, muy por debajo de los 3,6°C de calentamiento que los científicos esperaban antes de 2015.
Al mismo tiempo, Mann se ha sumado a otros expertos en clima para pedir que se revise un proceso de negociación que evidentemente es problemático. A pesar de sus logros, estas conversaciones aún no han hecho lo suficiente para poner al mundo en camino de cumplir con el ambicioso objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a 1,5°C.
“No hay duda de que estos acuerdos han dado lugar a medidas que han reducido la acumulación prevista de gases de efecto invernadero en la atmósfera”, dijo en una entrevista Alice Hill, investigadora principal de energía y medio ambiente del Consejo de Relaciones Exteriores. “Dicho esto, todavía no ha sido suficiente para mantenernos a salvo”.
¿Qué es lo que no solo reemplazará la energía que se pierde cuando las conversaciones dejan de ser productivas, sino que la amplificará? Hay muchos candidatos, y ninguno de ellos por sí solo parece estar a la altura de la tarea por ahora. Pero tal vez juntos, y con el tiempo, puedan generar suficiente energía para mantener el planeta habitable.
Economía: El inexorable impulso económico de la transición verde sobrevivió a la primera administración Trump y se ha fortalecido desde entonces.
Kingsmill Bond, estratega energético del centro de estudios RMI, sugiere que todavía estamos en las primeras etapas de una curva en forma de S de crecimiento explosivo de las energías renovables. A medida que esto se vuelva parabólico, los bancos y las empresas no tendrán más opción que subirse a la ola. La economía mundial se pondrá patas arriba en el proceso.
“En este momento estamos en un punto álgido de confusión”, me dijo Bond en una reciente entrevista telefónica. “Pero habrá claridad hacia el final de la década. Tendremos que rendir cuentas en los mercados financieros cuando la gente despierte”.
Locales: El primer régimen de Trump animó a los estados y ciudades de Estados Unidos a tomar sus propias medidas climáticas , y se están preparando para una repetición, pero esta vez con un poco más de poder político y argumentos económicos más sólidos, informó Kendra Pierre-Louis de Bloomberg Green.
Esas medidas locales se pueden replicar en todo el mundo y dentro de las regiones e industrias: un movimiento de abajo hacia arriba que contrasta con el proceso de arriba hacia abajo de la ONU.
China: Con la abdicación de Trump del trono, China se convierte en el líder climático de facto del mundo.
Todavía no está negociando acuerdos globales como lo hacía Estados Unidos, pero ya está modificando la economía mundial al producir componentes baratos de energía renovable y vehículos eléctricos, y sus emisiones de carbono pueden alcanzar su punto máximo años antes de su objetivo de 2030. También tiene hambre de influencia global, señala Hill del CFR )por sus siglas en ingés, Códirgo de regulaciones federales. Ésta es su gran oportunidad.
La UE: La Unión Europea, nominalmente la segunda mayor economía del mundo, está obligada por ley a reducir sus emisiones, lo que debería seguir impulsando su transición. El escritor Thomas Meaney ha llegado a sugerir que un triunvirato formado por China, la UE y Wall Street conducirá al mundo hacia un futuro más verde.
Una alianza de ese tipo parece poco probable en este momento, ya que la UE aplica aranceles elevados a los VE fabricados en China y Wall Street absorbe la riqueza de los combustibles fósiles, al menos hasta que esa curva en forma de S realmente despegue.
Tribunales: Algunos activistas climáticos están recurriendo a los tribunales para obligar a los países y empresas contaminantes a limpiar o pagar. La Corte Internacional de Justicia de la ONU en La Haya comenzó esta semana a escuchar un caso presentado por más de 100 países y ONG contra naciones desarrolladas.
Buena suerte para conseguir, por ejemplo, que un Estados Unidos gobernado por Trump preste atención a lo que decida algún tribunal internacional. O para que una Corte Suprema dominada por los elegidos por Trump dicte una sentencia importante contra las empresas de combustibles fósiles. Aun así, un fallo contra los contaminadores sentará un precedente legal que podría aumentar la presión para el cambio.
Tú: El resto de nosotros no tenemos que esperar a que estos otros actores se pongan de acuerdo. Las decisiones de los consumidores pueden ayudar a establecer tendencias, y la presión pública puede ser aún más eficaz para influir en los gobiernos y las corporaciones. Actualmente, apenas utilizamos estas herramientas, pero si quieres que algo se haga bien, a veces tienes que hacerlo tú mismo.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
Lea más en Bloomberg.com