Cuanto peor se ponen las cosas para el planeta, más impracticables resultan las sugerencias para salvarlo.
El caso A consiste en propuestas de intervenciones para enfriar el clima que se centran en las regiones polares, que son particularmente vulnerables al cambio climático.
El Ártico, concretamente, se calentó a un ritmo aproximadamente cuatro veces superior al del resto del planeta entre 1979 y 2021.
Teniendo en cuenta que los polos contribuyen a moderar la temperatura de la Tierra porque reflejan una gran cantidad de radiación solar hacia el espacio y almacenan una enorme cantidad de agua dulce en sus gigantescas capas de hielo, las consecuencias climáticas en el Ártico y la Antártida se sentirán por todo el mundo.
Ya sabemos lo que tenemos que hacer para proteger estas regiones; debemos reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles.
No obstante, ciertos métodos propuestos, que tratan los síntomas en lugar de la causa, podrían poner en mayor riesgo a las zonas frías del planeta y necesitarían niveles de cooperación global y logros de ingeniería sin precedentes.
Un ejemplo de ello son las cortinas marinas (seabed curtains).
La idea supone instalar estructuras artificiales para mantener el agua cálida llegando a los casquetes glaciares de la Antártida y Groenlandia, evitando así el deshielo de los glaciares y el aumento del nivel del mar.
El proyecto Seabed Curtain, un programa de investigación dirigido por la Universidad del Ártico, prevé una estructura de 80 kilómetros de longitud (50 millas) anclada al lecho marino, a 650 metros de profundidad, con cortinas de 150 metros de altura (fabricadas con un material aún por determinar).
Resulta muy ambicioso, pero eso no es todo.
Un artículo publicado en Frontiers in Science subraya los peligros de varios métodos de geoingeniería polar que han sido propuestos, entre ellos, las cortinas marinas. Los autores indican que la instalación de infraestructura a grandes profundidades en diferentes superficies del fondo marino es extremadamente difícil, aun sin tener en cuenta las duras condiciones ambientales y la gran distancia.
El acceso a la zona de construcción solo es posible durante unos cuantos meses al año, e incluso así las condiciones continúan siendo difíciles, ya que el 56% de los cruceros que se dirigen a la zona experimenta al menos alguna interrupción o dificultad para entrar o salir de ella.
No sería barato, algunos científicos estiman que una divisoria de 80km en la Antártida Occidental costaría al menos US$80.000 millones, y podría causar diversas consecuencias imprevistas, como la alteración de la vida marina y la desviación de aguas cálidas hacia otras zonas, lo que podría acelerar el derretimiento de un glaciar adyacente.
Además, la construcción e instalación de esta gigantesca estructura liberaría enormes cantidades de emisiones de carbono.
Otras propuestas examinadas incluyen la liberación de esferas de vidrio huecas sobre el hielo ártico de primer año para aumentar la cantidad de energía solar que refleja y aumentar sus posibilidades de supervivencia.
El Artic Ice Project (Proyecto Hielo Ártico), una iniciativa de investigación con sede en Estados Unidos, se suspendió recientemente después de que las pruebas demostraran que sus diminutas esferas de sílice representaban un riesgo para la cadena alimentaria del Ártico .
Además de estos efectos tóxicos sobre la biodiversidad, cabe destacar que para que el plan funcione, necesitaríamos producir 360 megatones al año, una cantidad equivalente a la producción mundial anual de plástico.
El estudio, dirigido por Martin Siegert, glaciólogo y vicerrector adjunto de la Universidad de Exeter (Reino Unido), examinó métodos como el engrosamiento del hielo marino (un enfoque que requeriría 100 millones de bombas de agua de mar para cubrir todo el Ártico), la inyección de aerosoles estratosféricos (en la que se pulveriza a la atmósfera algo similar al dióxido de azufre para bloquear parcialmente la luz solar) y la fertilización oceánica.
La conclusión para todos ellos es que son peligrosos para el medio ambiente y no pueden implementarse a tiempo para abordar los síntomas del cambio climático.
Los autores escriben que “la investigación adicional sobre estas técnicas no sería un uso eficaz de un tiempo y unos recursos limitados” y que estas ideas podrían distraernos de la urgente necesidad de descarbonizar.
El documento ha sido criticado por ser parcial, y muchos señalan que ya nos enfrentamos a daños ambientales sin la geoingeniería. Es cierto, pero también es evidente que es poco probable que los beneficios de algunas de estas técnicas superen los enormes costos.
Sin embargo, esto plantea una pregunta incómoda respecto a la geoingeniería en general: ¿En qué momento debería detenerse la investigación?
Nos encontramos en una situación extraña, ya que la postura oficial del gobierno británico, reiterada en un informe del Comité de Auditoría Ambiental sobre el Reino Unido y el medio ambiente antártico, es que “no está a favor de la Gestión de la Radiación Solar”, a pesar de haber comprometido más de £56 millones (US$76 millones) a la investigación en esa misma área.
¿Es eso hipócrita, derrochador o prudente?
Mientras los experimentos cumplan con estrictos criterios éticos, como los establecidos por la Unión Geofísica Americana, debemos respaldar la búsqueda del conocimiento científico.
El debate necesario que nos espera es delicado y equilibra los riesgos relativos de los enfoques de geoingeniería con los peligros del cambio climático.
Las discusiones difíciles se facilitarán con una investigación rigurosa y transparente, tanto sobre las intervenciones climáticas como sobre las propias regiones polares, poco estudiadas.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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