Obtener un doctorado en economía, o en cualquier disciplina cuantitativa, es una experiencia humilde para un estadounidense en una universidad estadounidense. Te golpea el primer año cuando te das cuenta de lo deficiente que es tu formación matemática en comparación con la de tus compañeros extranjeros.
Jamás olvidaré lo desmoralizador que fue para mí y para mis conocimientos de álgebra de secundaria sentarme a hacer un examen junto a un campeón nacional de matemáticas de Corea del Sur.
En los programas de doctorado de EE.UU. en los campos STEM (por sus siglas en inglés, Ciencias, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) con frecuencia predominan los extranjeros.
Sin embargo, sería incorrecto afirmar que están quitándoles el lugar a los estadounidenses; las universidades de Estados Unidos pueden elegir entre talentos de todo el mundo, y los extranjeros simplemente tienen una formación mucho más sólida en matemáticas y ciencias. Y ahora valoro que el competir con mis compañeros de estudios me ayudó de maneras de las que todavía me beneficia.
En su mayoría, se quedaron en EE. UU., obtuvieron visados H-1B para sus primeros empleos y, eventualmente, se convirtieron en ciudadanos. Prácticamente, todos han tenido mucho éxito. Y su experiencia no es única.
Las investigaciones han demostrado que los extranjeros que llegan a Estados Unidos como estudiantes o con visados H-1B acostumbran a ser mucho más productivos que los trabajadores nativos. Incrementan el empleo, registran patentes, fundan empresas y aumentan la productividad estadounidense.
Las empresas que ganan la lotería H1-B (el número de visados es limitado y hay más demanda que oferta) cuentan con una mejor financiación.
En definitiva, los titulares del visado H-1B están entre los más valiosos de todas las categorías de migrantes, y las universidades de EE. UU. ofrecen algunas de las mejores formaciones avanzadas en STEM del mundo.
El programa H-1B constituye una vía crucial para que Estados Unidos convierta a los graduados extranjeros en trabajadores productivos que se queden en su país, desarrollen sus carreras profesionales y creen empresas.
Existen otras categorías de visados de trabajo que exigen habilidades extraordinarias o un éxito que muy pocos alcanzan al principio de su vida laboral, mientras que el H-1B es un visado temporal que se puede convertir en permanente con el patrocinio de un empleador.
La orden ejecutiva que el presidente Donald Trump emitió la semana pasada esencialmente pone fin a este programa con la imposición de una tasa de US$100.000 a cada nueva solicitud.
Las visas H-1B están destinadas a inmigrantes con habilidades que los nativos carecen. Los críticos del programa argumentan que permite a las empresas pagar menos a los extranjeros: dado que su estatus de visa está vinculado a su trabajo, deben aceptar un salario más bajo y no pueden cambiar de trabajo.
Es cierto que se producen abusos en el programa y que es necesario cambiarlo. Pero no mediante una tasa de US$100.000.
Cuando los talentosos graduados en STEM de países extranjeros acceden por primera vez al mercado laboral estadounidense, US$100.000 es una cifra superior a su salario inicial, o bien una parte muy considerable del mismo. Para algunas grandes empresas tecnológicas o financieras, este coste es asumible, incluso en el caso de trabajadores relativamente jóvenes.
El cofundador de Netflix, Reed Hastings, por ejemplo, cree que es una idea estupenda. No obstante, dicha tasa supone una gran desventaja para las startups y las empresas más pequeñas, así como las universidades, que contratan a profesores e investigadores jóvenes con visados H-1B.
La manera de solucionar el programa H-1B es mediante una reforma integral del sistema migratorio de EE.UU., que priorice a los trabajadores migrantes cualificados.
En la actualidad, la mayor parte de la migración permanente es la reunificación familiar, lo que significa que muchos nuevos titulares de la tarjeta verde no trabajan ni planean hacerlo.

Una mejor estrategia sería aumentar el límite de visas H-1B y otorgarlas según categorías salariales y de edad, para que no se puedan usar para pagar a los extranjeros menos que a los nativos.
Mejor aún, el presidente debería cumplir su promesa de campaña de ofrecer tarjetas de residencia permanente a todos los graduados extranjeros de STEM de universidades de Estados Unidos.
Aunque sería agradable creer que la tarifa de US$100.000 beneficiará a los trabajadores nativos al reducir eficazmente el número de trabajadores extranjeros cualificados al inicio de su carrera, no será así.
A pesar de ser líder en investigación y formación de posgrado en STEM, el sistema educativo estadounidense no produce suficientes graduados nativos de alta calidad en STEM. Los estudiantes estadounidenses se están quedando atrás porque no reciben la formación adecuada.
Sí, restaurar el rigor del sistema educativo estadounidense, tanto en la secundaria como en la licenciatura, debería ser una prioridad absoluta.
Sin embargo, se trata de un proyecto a largo plazo, y mientras tanto, la escasez de trabajadores se agrava y las universidades son menos rigurosas.
En el contexto actual, la única manera de que la industria estadounidense se mantenga competitiva en las áreas STEM es importando talento del extranjero.
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