Francia protege mejor sus monumentos que el funcionamiento de su democracia.
Aun cuando la catedral de Notre Dame renace de entre sus cenizas como un símbolo de unidad en la adversidad, la segunda economía europea enfrenta una inestabilidad sin precedentes a raíz de que la líder de extrema derecha Marine Le Pen se aliase con la izquierda para derrocar al gobierno de Michel Barnier y así torpedear su presupuesto.
En un momento en que toda la región es vulnerable a las acometidas comerciales de Donald Trump y a la maquinaria bélica de Vladimir Putin, este constituye un viaje hacia lo desconocido que Occidente no necesita.
El caos parlamentario deja en evidencia la ruina del panorama político francés tras las sucesivas pandemias y sacudidas inflacionistas y el final de una fuerte racha de crecimiento económico y creación de empleo.
El plan de Barnier para reducir el déficit de Francia con un ahorro de €60.000 millones (US$63.200 millones) nunca iba a gustar a nadie, pero resulta chocante ver con qué facilidad lo han tomado como rehén unos políticos más interesados en las elecciones presidenciales de 2027 que en las matemáticas presupuestarias.
Con la imposición de “líneas rojas”, la exigencia de más medidas contra la austeridad y la destitución de Barnier tras solo 89 días en el cargo, Le Pen ha asestado un golpe simbólico a las élites en el poder, pero sin ofrecer ninguna respuesta genuina al profundo declive demográfico y de la productividad.
Esas líneas rojas de la extrema derecha atan ahora al presidente Emmanuel Macron en la práctica, mientras intenta llenar el vacío con un nuevo primer ministro y reiniciar el arduo camino hacia un presupuesto funcional.
El parlamento francés está paralizado y no tiene una mayoría funcional, lo que refleja una sociedad cada vez más polarizada, y no es posible celebrar nuevas elecciones hasta al menos mediados del año próximo.
Y si bien lo ideal sería que el interés nacional fuera la prioridad (con €350.000 millones (US$370.400 millones)) de deuda y €40.000 millones (US$42.330 millones) de pagos de intereses que vencen el año próximo), la tentadora perspectiva de poder en un sistema en el que el ganador se lleva todo hará que los políticos busquen victorias fáciles y apuestas de alto riesgo.
Si esto se convierte en una bola de nieve que se transforma en mayor ira o malestar social, el propio puesto de Macron está en riesgo.
Por ahora, los mercados financieros se están tomando el embrollo con calma, lo cual es justo: no se trata de una crisis del euro al estilo griego o italiano. Las instituciones de la Quinta República ofrecen formas de mantener el funcionamiento del Estado en caso de emergencia, todo ello con la ayuda de la Unión Europea y el euro, lo cual resulta irónico teniendo en cuenta la fallida campaña “Frexit” de Le Pen para deshacerse de la moneda única.
También está en juego un efecto Notre Dame: la riqueza nacional de Francia, que vale más del 680% del producto interno bruto, es un contrapeso tranquilizador a largo plazo a su actual deuda y volatilidad política.
De todos modos, la combinación de un aumento de los costes implícitos de financiación en el mercado y la aprobación de gastos gubernamentales de emergencia mes a mes es dolorosa.
Podría traer consigo una austeridad fiscal no focalizada, como señala Bloomberg Economics, golpeando a la economía sin tranquilizar a los inversores preocupados por la trayectoria de la deuda a largo plazo.
Existe un enorme riesgo de que la corrosión a fuego lento se arraigue profundamente en las instituciones y la sociedad: es difícil imaginar que la Francia dirigista pueda funcionar a pleno rendimiento con tanta parálisis en camino, y es probable que la inversión y el crecimiento sufran. La aparente victoria de Le Pen en nombre del poder adquisitivo francés corre el riesgo de ser totalmente pírrica.
Y como una de las voces geopolíticas más importantes de Europa y la única potencia nuclear de la UE, la influencia menguante de Francia es tan palpable como inoportuna. El regreso de Trump a la Casa Blanca y la perspectiva de un acuerdo de paz con Putin por encima de los ucranianos necesitan una Europa más fuerte y más capaz de defenderse.
La propia coalición de gobierno de Alemania se está desmoronando, aunque con más optimismo sobre lo que viene después que en Francia. El Reino Unido, que ahora parece eminentemente más estable que durante sus días de crisis por el Brexit, está a punto de verse sometido a una enorme presión para elegir entre Europa o el mar abierto, como dijo Winston Churchill.
Si Macron no puede unir a Francia y hacer que el país se concentre en solucionar sus propios problemas, la gloriosa reapertura de Notre Dame puede ser todo lo que quede de su legado.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
Lea más en Bloomberg.com