“Definitivamente, vamos a construir la fábrica en México. Estamos muy contentos con eso. Hemos puesto mucho empeño en buscar diferentes ubicaciones y estamos muy contentos con esta. Vamos a construir una fábrica allí y va a ser genial”.
Oh, aquellos maravillosos días en los que Elon Musk mantenía tan buenas relaciones con México a tal punto que no solo planeaba una “gigafábrica” en Monterrey, sino que además consiguió un carril exclusivo en la frontera para agilizar el envío de autopartes de Tesla Inc. (TSLA) a Texas.
Suena como si fuera hace siglos, no obstante, Musk hizo los comentarios en octubre de 2023, en el punto álgido de la agitación de la cadena de suministro post pandemia, cuando las compañías trataban desesperadamente de relocalizarse fuera de China por razones geopolíticas, y México se consideraba una alternativa de primer orden (¿recuerdan el nearshoring?).
15 meses después, Musk ahora dedica su tiempo a reformar el gobierno de EE.UU. como asesor del presidente Donald Trump, la misma administración que anunció el fin de semana aranceles del 25% sobre todos los bienes importados de México y Canadá. Las cosas cambian rápido en Norteamérica.
Ni me imagino cómo concluirá esta historia: la postergación de los aranceles por un mes, anunciada por la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum este lunes por la mañana, constituye una buena noticia y corrobora la opinión de ciertos analistas e inversores de que Trump solo está fanfarroneando con el fin de sacar el mejor acuerdo posible a los socios regionales.
No obstante, también hay razones para creer que Trump va muy en serio con estos aranceles.
El segundo mandato de Trump ya ha sido mucho más dañino para sus aliados que su moderado primer mandato. Incluso si es una táctica de negociación, tachar al gobierno de México de aliado de los narcos y pedir la anexión de Canadá son provocaciones que costará mucho reparar. Me temo que las ambiciones de esta Casa Blanca van más allá de cualquier posible acuerdo comercial.
Pero independientemente del destino de estas medidas extraordinarias, para México el daño ya está hecho. Esto no es solo porque los aranceles, si finalmente se aplican, probablemente provoquen una recesión en la economía mexicana este año; los gravámenes sobre más de US$500.000 millones en exportaciones afectarán al crecimiento y al empleo. Si perduran, mis colegas de Bloomberg Economics calculan que México podría perder hasta el 70% de sus exportaciones a EE.UU. a mediano plazo.
Sin embargo, el mayor impacto será en el potencial de inversión en México: si el Tratado entre México, EE.UU. y Canadá, o T-MEC, es cuestionado permanentemente por EE.UU., no tiene sentido establecer nuevas fábricas al sur de la frontera. A las empresas les convendría más construir en Texas, Alabama o Carolina del Sur que establecer cadenas de suministro en México, incluso si pueden obtener costos más bajos en ese país. La idea de que la integración de México con EE.UU. era imparable, basada en la experiencia positiva de las últimas tres décadas, se ha visto seriamente dañada.
Puede que ese sea el objetivo final de Trump: la crisis puede pasar, pero la amenaza de los aranceles pesará como una espada de Damocles sobre cualquier inversión en México y Canadá durante el resto de su administración o incluso más allá, lo que convencerá a las empresas de quedarse en casa. Si el presidente de EE.UU. puede incumplir un acuerdo vinculante que firmó sin que el Congreso o los tribunales digan ni una palabra, puedes ir pensando que la idea del nearshoring recibió una estocada mortal. El daño ya está hecho.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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