El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, se ha convertido en uno de los primeros ganadores de la guerra de aranceles de Trump.
El desacertado anuncio de la Casa Blanca de la pasada semana, una carta de Trump en la que anunciaba aranceles del 50% a productos de Brasil desde el 1 de agosto como consecuencia de sus quejas, principalmente políticas, por el trato recibido por su aliado Jair Bolsonaro, fue claramente contraproducente.
Las primeras encuestas revelan que, como ya era palpable desde el comienzo, la mayoría de los brasileños consideraron las amenazas de Trump como una intromisión gratuita en sus asuntos internos. Tanto el índice de aprobación personal de Lula como el apoyo a su política exterior aumentaron tras el episodio.

Efectivamente, la maniobra de Trump ha permitido a Lula consolidar un repunte en su popularidad, ha colocado a su archienemigo Bolsonaro en el punto de mira y ha hecho tambalear las perspectivas electorales para 2026 de Tarcísio de Freitas, gobernador de São Paulo y favorito de los empresarios de Brasil.
Si efectivamente se aplican los aranceles como está previsto, Lula dispondrá de más munición para apuntar a la familia Bolsonaro sobre su responsabilidad en infligir este dolor innecesario a los productores brasileños.
Al no poder vender carne de vacuno a precios competitivos en los EE.UU. por los aranceles, Brasil podría llegar a experimentar un exceso de oferta de carne, haciendo que el precio de la amada picanha (tapa de cuadril) finalmente baje, tal y como Lula ha prometido desde hace tiempo.
Sin embargo, esta estrategia tiene límites claros que Lula haría bien en reconocer.
Brasil puede resistir uno o dos meses de aranceles, lo que no puede es permitirse un conflicto prolongado con EE.UU. Todavía faltan casi 15 meses para las elecciones presidenciales.
Si Lula no soluciona esta situación, lo que hoy son aplausos y reconocimiento podrían transformarse fácilmente en abucheos y señalamientos, sobre todo por parte de los empresarios y productores afectados por los aranceles.
Es más, casi el 49% de los brasileños encuestados espera que el Gobierno alcance eventualmente un acuerdo con EE.UU. para eliminar estas amenazas, frente al 39% que sostiene lo contrario. La bola está del lado de Lula.
Por eso, Lula debería encontrar la vía más rápida para llegar a un acuerdo pragmático y ambicioso con Trump.
Es imposible que el Tribunal Supremo de Brasil desestime el caso contra Bolsonaro por el supuesto intento de golpe de Estado, como espera Trump. La decisión del tribunal del viernes de enviar a la policía a allanar la casa del expresidente y colocarle un monitor en el tobillo demuestra que no cederá ante la presión externa.
No obstante Lula aún puede abordar dos de las quejas adicionales de Trump. El trato a las empresas tecnológicas estadounidenses que operan en Brasil y la afición del gobierno por los ataques antiestadounidenses contra los BRICS.
La primera reacción de Lula, evitar represalias y apoyar al sector privado brasileño para coordinar mejor la oferta del país, es un paso en la dirección correcta.
Mostrar un frente unido con el Congreso y recordarle a la Casa Blanca que más de 6.500 pequeñas empresas estadounidenses dependen de insumos brasileños, como hicieron las cámaras locales esta semana, también son acciones estratégicas.
Pero se necesita más, probablemente concesiones arancelarias a las empresas de EE.UU. y un mayor acceso para sus gigantes tecnológicos, como reconoció Canadá recientemente. Si Brasil logra salir de esta situación con menos barreras a las importaciones estadounidenses, sería una doble victoria.
El reto de Lula será ajustar la respuesta para que los aranceles duren lo suficiente como para perjudicar a Bolsonaro, pero no tanto como para que los brasileños empiecen a culparlo de ser un mal negociador, afirma Thiago de Aragão, director ejecutivo de la consultora Arko International en Washington.
“No va a apresurar las cosas. Va a resolver el problema a su manera”, me dijo. “Pero el riesgo es que dos meses de aranceles se conviertan en seis”.
De hecho, la decisión del Representante Comercial de EE.UU. este martes de abrir una investigación sobre las prácticas comerciales de Brasil sugiere que este conflicto se prolongará.
Trump, acusado de siempre acobardarse (TACO por sus siglas en inglés), también se beneficiaría de demostrar que, después de todo, sus poderosos aranceles pueden implementarse. Las próximas semanas probablemente serán más volátiles para la relación entre las dos economías más grandes de América.
El mayor obstáculo es la falta de apoyo del gobierno brasileño en la Casa Blanca. Ambos países se han distanciado; sus conexiones políticas y entendimiento mutuo son limitados hoy en día.
A diferencia de México, que cuenta con una red bien organizada de canales formales e informales para presionar a su favor, Lula pasó la mayor parte de su tercer mandato criticando duramente a EE.UU., congraciándose con China, prometiendo acabar con la supremacía del dólar y provocando a Trump.
En consecuencia, Eduardo Bolsonaro, el tercer hijo del expresidente, es quien vende a diario su enardecida visión de Brasil a los funcionarios de Trump.
Aun así, no debemos subestimar el interés de Trump por un acuerdo.
Un acuerdo también sería un gran logro para Lula. Demostraría que puede negociar con Trump a pesar de sus raíces izquierdistas y resolvería un problema creado por Bolsonaro. Esa sería una carta fuerte en su lucha por la reelección el próximo año.
Pero para que eso suceda, Lula debería estar dispuesto a tragarse su orgullo y darle a la Casa Blanca una victoria política que el exlíder sindical aún pueda vender en casa.
¿Podrá este Lula, que muestra menos pragmatismo que en sus dos mandatos anteriores, aceptar con una sonrisa que Trump lleva la delantera?
El presidente de Brasil debería ignorar el tercermundismo de su asesor de asuntos exteriores, Celso Amorim, y prestar atención a lo que sus socios del BRICS, China, India e Indonesia, hacen en su relación con la Casa Blanca. Dejar la ideología de lado y buscar un acuerdo comercial integral.
Brasil no saldrá fortalecido de esto profundizando su dependencia de China ni alimentando aún más el antiamericanismo respondiendo a cualquier provocación.
Para lograr todo esto, Lula necesitará algo más que diplomacia y habilidades políticas. Necesitará nuevos amigos como Ivanka Trump y Jared Kushner, y todo el acceso posible a la Casa Blanca.
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