Justo cuando las cosas empezaban a ponerse complicadas, Javier Milei sacó un as de la manga.
El anuncio el viernes por la tarde de que Argentina va a poner fin a la mayoría de las medidas del cepo cambiario y dejar que el peso fluctúe (en un rango entre 1000 y 1400 pesos por dólar) es un crucial paso para normalizar una economía ahogada por demasiado tiempo por enredadas restricciones.
El respaldo financiero ofrecido a la administración Milei por el FMI y otros organismos multilaterales da legitimidad al nuevo acuerdo cambiario, mientras que la visita del secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, a Buenos Aires, sumada a la renovación de parte de una línea de swap de divisas con China, brinda una cobertura geopolítica sin precedentes.
En la mañana del lunes, los bonos soberanos repuntaron, señal de que el plan avanza en la dirección correcta.
Al margen de si esto estaba planificado desde hacía ocho meses, como insinuó el ministro de Economía, Luis Caputo, o si se vio empujado por las recientes turbulencias del mercado, hay que reconocer a Milei el mérito de haber adaptado su estrategia a las circunstancias tan cambiantes.
Ahondar en el ajuste presupuestario para lograr un superávit este año equivalente al 1,6% del producto interior bruto (PIB), rodeado de un largo y complejo ciclo electoral de mitad de mandato, es lo opuesto a lo que suelen hacer los políticos urgidos de ganar votos.
Milei sumó un sentido de propósito histórico a su inquebrantable compromiso fiscal: “Hoy se termina, hoy rompemos la rueda y la ilusión y el desencanto, y comenzamos a caminar de una vez hacia adelante”, dijo el presidente sobre la perenne desilusión económica del país.
Dejando a un lado la retórica pirotécnica, este ambicioso intento de convertir de una vez por todas a la Argentina, el niño más salvaje de la política económica global, en un país normal se merece el apoyo de sus vecinos, de sus aliados estratégicos y, sobre todo, de su propio pueblo.
Constituye la mejor oportunidad en muchos años de contar de una vez por todas con una macroeconomía que ofrezca estabilidad financiera y promueva el crecimiento mediante el desmantelamiento de los controles que entorpecían los negocios e impedían las inversiones.
Por supuesto, incluso suponiendo que este programa sea serio y esté bien planificado, su éxito no está garantizado. Dejar que el peso fluctúe, incluso dentro de bandas controladas, siempre es un riesgo en una economía profundamente dolarizada y volátil como la de Argentina.
La adopción de un nuevo sistema de cambio a corto plazo probablemente acelerará la inflación después de un mal dato del IPC el mes pasado y ralentizará el crecimiento. Además, éste es el 23º programa del FMI con Argentina desde 1958, se podría pensar que el país está desafiando las probabilidades de la historia.
Y luego está la política, siempre sanguinaria en un país donde gran parte de los líderes no creen mucho en las reglas del mercado.
Por eso el gobierno debe mantener los pies en la tierra, evitar la grandilocuencia innecesaria y estar dispuesto a ajustar el programa según lo exijan las circunstancias, mientras sigue adelante con las reformas estructurales.
Como han señalado otros comentaristas, Argentina no tiene precedentes de cuentas fiscales equilibradas con un banco central saneado y un tipo de cambio flotante, aunque sea parcialmente, mientras la economía crece y produce superávits comerciales, como está sucediendo ahora.
Existe la sensación de que esta vez es diferente, empezando por el momento de la financiación del FMI después, y no antes, de un gran ajuste fiscal.
Hace poco cumplí 50 años y, salvo unos pocos años buenos, nunca he experimentado en mi patria el tipo de normalidad económica que disfrutan otros países, incluso en América Latina.
De hecho, desde que era niño, la historia de Argentina ha sido una combinación ininterrumpida de heterodoxia y negligencia que ha dado lugar a crisis seguidas de más crisis: hiperinflación, convertibilidad, impago de la deuda (varias veces), corralitos, devaluaciones del 99,9% del peso, cuasi-monedas, reservas internacionales negativas (!), controles bizantinos de capital y divisas, tasas de cambio de múltiples variedades y formas... lo vimos todo.
Lo que no vimos fue un plan sistemático que busque estabilizar la economía controlando por completo el gasto excesivo y la impresión de dinero.
Estoy ansioso por descubrir si, después de tantas décadas, Argentina vuelve por fin a la normalidad.
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