¿Quién desarmará a Hamás? ¿Y quién persuadirá a Israel para que se retire del 53% de la Franja de Gaza que sigue ocupando? Estos siguen siendo los interrogantes fundamentales que acechan al plan de paz de Donald Trump, y requieren respuestas.
Resulta obvio que ninguna de las partes considera que la guerra haya terminado, y es gracias al esfuerzo de los funcionarios de EE.UU., que acumulan millas aéreas para presionar a ambas partes, que la tregua de Trump no se ha desmoronado aún.
Israel acusó a Hamás de retrasar la devolución de los rehenes asesinados y de emboscar a sus tropas, y respondió con intensos ataques. Según la autoridad sanitaria de Gaza, controlada por Hamás, este ciclo de violencia provocó la muerte de más de 100 personas la semana pasada.
Egipto, que está emergiendo como líder regional para Gaza, también ha tomado medidas. Envió maquinaria pesada y personal a la Franja para excavar entre los escombros en busca de los cadáveres de los rehenes desaparecidos, en un esfuerzo por evitar que los acontecimientos se salgan de control. Asimismo, está planeando una conferencia para la reconstrucción de Gaza en noviembre.
No obstante, esta es la parte fácil.
El plan de Trump fue premeditadamente impreciso respecto a los detalles sobre cómo alcanzar la paz tras el alto al fuego, y la compleja diplomacia que se necesitará para completarlos acaba de iniciarse.
Lo preocupante es que el camino hacia un desenlace mucho más violento ya se vislumbra con mayor claridad, pues tanto Hamás como el movimiento de colonos israelíes ven formas de aprovechar el alto al fuego para promover sus objetivos mesiánicos.
Ante la ausencia de la fuerza internacional de estabilización que debía desplegarse “inmediatamente” según los términos del acuerdo de Trump, Hamás no se ha desarmado como debía. En cambio, ha reafirmado su control sobre el 47% de Gaza del que se han retirado las Fuerzas de Defensa de Israel.
Esto probablemente sea inevitable mientras exista un vacío de seguridad y las FDI permanezcan estacionadas en plena formación de combate justo al otro lado de la llamada línea amarilla del acuerdo.
Sin embargo, cuando Hamás se reunió con otras facciones palestinas en El Cairo los días 23 y 24 de octubre para negociar una postura común sobre la gobernanza de posguerra, sus representantes volvieron a negarse al desarme.
Hamás también declaró que, si bien cedería el poder a un gobierno de tecnócratas de Gaza, no entregaría el control a la Autoridad Palestina de Cisjordania. Esta última está dirigida por Fatah, su acérrimo rival político, que incluso se negó a asistir a la reunión en Egipto.
Esto es política y probablemente tenga solución, pero Hamás también afirmó que aceptaría una fuerza internacional de estabilización solo si su mandato se limita a asegurar la Línea Amarilla y supervisar la paz; es decir, no la fuerza fuertemente armada necesaria para imponer el control, destruir túneles y desarmar a Hamás. Como era de esperar, EE.UU. tiene dificultades para encontrar aliados para ese papel.
¿Qué recompensa habría, después de todo, por interponerse entre Hamás y las FDI, cuando cada pocos días sus tropas pueden esperar un ataque que desencadene otra oleada de bombardeos de las FDI en toda la Franja?
Los misiles no respetan a las fuerzas de paz, al igual que no respetan a los civiles. “¿Cuál es el mandato?“, preguntó el rey Abdalá II de Jordania en una entrevista con la BBC el 27 de octubre. “Si se trata de imponer la paz, nadie querrá involucrarse”.
Mientras tanto, en Israel, los partidos de derecha de la coalición gobernante de Benjamín Netanyahu enfurecieron a EE.UU. al impulsar una legislación en el parlamento para anexar Cisjordania, una medida que probablemente frustraría el plan de Trump para Gaza.
Estos mismos partidos dirigen los ministerios encargados tanto de la seguridad como de las finanzas de Cisjordania. Han insistido durante mucho tiempo en que Gaza nunca debe ser devuelta al control palestino y que, en cambio, debe ser repoblada.
En un conflicto donde los campos de refugiados tienen 77 años y Cisjordania ha tenido un estatus temporal desde su anexión a Jordania en la guerra de 1967, es muy fácil ver cómo la línea amarilla de Trump podría terminar siendo permanente.

Netanyahu ha declarado que no permitirá que el proyecto de ley de anexión se convierta en ley.
Sin embargo, tampoco retirará a las FDI de Gaza a menos que, como mínimo, Hamás se desarme, mientras que Hamás no se desarmará mientras las FDI permanezcan, si es que lo hacen. Lo que hace aún más difícil conciliar esta situación es que ambas posturas cuentan con apoyo popular entre sus respectivas comunidades.
Según la última encuesta periódica de opinión palestina, realizada el 28 de octubre, el 55% de los gazanos y el 87% de los palestinos de Cisjordania se oponen al desarme de Hamás. Y según una encuesta de finales de julio publicada por el diario de derecha Israel Hayom, el 52% de los israelíes apoya el reasentamiento de Gaza.
Las actitudes en ambos bandos han cambiado desde el inicio de la guerra y pueden volver a cambiar, para bien o para mal.
Al día siguiente de la encuesta de Israel Hayom, otra publicada en el Times of Israel preguntó a los encuestados si apoyaban la anexión de Gaza (en contraposición al reasentamiento), y el 53% respondió que no. Pero todo esto complicará la labor de Steve Witkoff, Jared Kushner y otros asesores de Trump encargados de llevar a buen término su acuerdo de paz.
Deberán mantener un control férreo sobre ambas partes para que el proceso siga su curso y lograr la plena participación de los aliados árabes de quienes dependen tanto la reconstrucción de Gaza como la seguridad general de Medio Oriente.
A menos que Trump logre ese objetivo, su sueño de supervisar una paz histórica en Gaza que conduzca a la normalización de las relaciones entre Israel y sus ricos amigos del Golfo seguirá siendo solo eso, un sueño.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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