Existen muy pocas cosas que sean más veneradas en México que el maíz.
Este cultivo básico es tanto un símbolo cultural como una piedra angular de la identidad nacional, con raíces que se remontan a la época prehispánica. Los grupos indígenas lo consideran un regalo del dios Quetzalcóatl; sea cual sea su procedencia, la tortilla de maíz continúa siendo un elemento fijo de la vida cotidiana mexicana.
“Sin maíz no hay país” es un dicho que el movimiento nacionalista del expresidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) amplificó desde que asumió el cargo en 2018.
El problema radica en que, al igual que numerosos símbolos nacionales, el maíz no puede hacer honor al mito eternamente. Los mexicanos son, con gran diferencia, los mayores consumidores de maíz per cápita del planeta, al extremo de que la producción nacional ya no puede satisfacer la demanda.
El país depende cada vez más de las importaciones de maíz amarillo, en su mayoría procedente de EE.UU., para la alimentación del ganado y los usos industriales, al tiempo que reserva su preciado maíz blanco para el consumo doméstico.
El alza de las temperaturas, los bajos rendimientos, las sequías recurrentes y la prohibición constitucional de los cultivos modificados genéticamente han agudizado la dependencia de México del maíz de Estados Unidos.
Se prevé que las importaciones cubran alrededor de la mitad del consumo total en la temporada 2024/2025, en comparación con aproximadamente un tercio de hace una década, en tanto que la producción nacional permanece casi estancada.

El presidente López Obrador y su sucesora, Claudia Sheinbaum, han tratado de asegurar la autosuficiencia en maíz blanco, garantizando precios mínimos a los pequeños agricultores, aquellos que tienen parcelas de hasta 5 hectáreas (12,4 acres), mientras promueven las variedades autóctonas.
Pero este año, la abundante cosecha de EE. UU. ha hecho bajar los precios en todo el mundo, lo que ha afectado a los productores mexicanos que ya están luchando con el alza de los costos y la cada vez mayor violencia rural.
Después de meses de gestación, el conflicto estalló esta semana cuando grupos de agricultores bloquearon carreteras y autopistas en todo el país para presionar al gobierno y obtener mayor apoyo.
Justo cuando los manifestantes estaban a punto de llegar a Ciudad de México, la administración de Sheinbaum accedió a nuevos subsidios y líneas de crédito, además de un marco para establecer precios de referencia y facilitar acuerdos directos entre agricultores y grandes compradores.
Crisis superada, por ahora. Lo cierto es que el maíz se está convirtiendo en un problema cada vez mayor para México. Y si las tendencias actuales de consumo, producción, clima y políticas persisten, el problema no hará más que agravarse.
La combinación de medidas poco ortodoxas, dirigismo y conceptos erróneos es insostenible: México no puede, al mismo tiempo, aumentar la producción, subsidiar a los pequeños agricultores a costa de las grandes empresas, promover las semillas nativas, prohibir el maíz transgénico y pretender garantizar la soberanía alimentaria. Algo tendrá que ceder.
Por supuesto, México no es el único país que subsidia a sus agricultores; la agricultura está politizada en todas partes. Cierto apoyo financiero es inevitable, incluso justificado. Pero el gobierno debería permitir que las fuerzas del mercado corrijan parte de la distorsión en lugar de intensificar las intervenciones bajo la amenaza de bloqueos y disturbios.
Al fijar precios garantizados para los pequeños productores, socava las economías de escala que la agricultura moderna necesita para aumentar la eficiencia y la productividad. Obligar a los grandes compradores a pagar más por el maíz hará que los precios finales suban, más pronto que tarde.
En muchos sentidos, la política de maíz de México refleja su enfoque hacia otro ícono nacional, el gigante petrolero Pemex: mucho simbolismo y buena voluntad, pero poca racionalidad económica.
La prohibición de sembrar maíz transgénico es especialmente perjudicial; sin duda, uno de los mayores errores políticos de López Obrador, y no han sido pocos.
Deja a los agricultores mexicanos en una desventaja estratégica aún mayor al negarles el acceso a semillas más resistentes y de mayor rendimiento, e incrementa su dependencia de las importaciones estadounidenses. México incluso perdió un arbitraje del T-MEC el año pasado por no presentar evidencia científica que justificara la suspensión de las importaciones de maíz transgénico de EE.UU.
Irónicamente, millones de mexicanos siguen consumiendo maíz transgénico indirectamente a diario a través de la carne y otros productos engordados con alimento estadounidense.
Dado que la prohibición está consagrada en la constitución, revocarla será políticamente imposible durante años. Sin embargo, como presidente con formación científica, Sheinbaum debe encontrar maneras de al menos mitigar su impacto económico.

Lo peor de todo es que, en un momento en que los precios internacionales del maíz han caído cerca de un 10% desde febrero y el peso se ha fortalecido, los consumidores mexicanos no pueden disfrutar de los precios internos más bajos desde 2017.
Por el contrario, es probable que los precios de las tortillas aumenten entre un 15% y un 20% en los próximos meses debido a la creciente presión de los costos, me comenta Homero López García, presidente del Consejo Nacional de la Tortilla. Esto acelerará la inflación, dado el peso de la tortilla en la canasta básica de los consumidores.
El panorama para la agricultura es aún más difícil.
El aumento de las temperaturas y las sequías recurrentes afectarán las cosechas locales. Esta es otra razón para invertir en tecnología y economías de escala. Tanto el gobierno como el sector privado pueden hacer mucho para modernizar los obsoletos sistemas de riego de México y fortalecer la gestión del agua.
Apoyar la agricultura familiar y promover el maíz criollo son objetivos loables, pero no generarán los enormes aumentos de producción y productividad necesarios para reducir la dependencia del país de las importaciones de maíz. Por el contrario, podrían incluso socavar la soberanía alimentaria mexicana al exponer al país a las fluctuaciones geopolíticas.
Si México quiere salvar su símbolo nacional, necesita depositar más fe en las fuerzas del mercado y un poco menos en Quetzalcóatl.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
Lea más en Bloomberg.com









