Lo que se preveía como un tranquilo fin de semana largo en la Ciudad de México se convirtió en imágenes violentas que se hicieron virales.
Una manifestación contra la delincuencia y la inseguridad celebrada el pasado sábado, organizada de forma espontánea, aunque replicada en varias ciudades mexicanas, dejó como saldo más de ochenta personas agredidas, en su mayoría agentes de policía, y veintinueve detenidas.
Se trató de la mayor protesta desde que la presidenta Claudia Sheinbaum asumiera el cargo en octubre de 2024, y evidenció la escasa tolerancia de su gobierno hacia la disidencia interna.
Este estallido fue más que una simple manifestación más de las muchas que suelen perturbar la capital mexicana.
En efecto, las grandes protestas no se traducen necesariamente en votos. Algunos meses antes de las elecciones generales del 2024, la oposición movilizó a miles de personas para defender la autoridad electoral, sin embargo Sheinbaum ganó las elecciones por más de 30 puntos.
Y efectivamente, la Ciudad de México es un hervidero de reivindicaciones políticas.
A inicios de este año, un sindicato de maestros bloqueó las principales vías durante casi un mes; posteriormente, una marcha contra la gentrificación de gran repercusión mediática vio cómo decenas de restaurantes eran vandalizados y los turistas hostigados bajo la mirada imperturbable de los agentes policiales.
No obstante, en todos esos casos, el gobierno federal y las autoridades municipales, que son controladas por el partido gobernante Morena, decidieron contener las manifestaciones en vez de exacerbarlas.
“No caeremos en la provocación”, reiteró Sheinbaum ante el más mínimo indicio de confrontación social durante su primer año, exhortando a todos a mantener la “cabeza fría”.
Por eso destaca la inusual reacción de su gobierno este sábado, que incluyó barricadas, represión policial y la imposición de duras acusaciones contra los detenidos. En realidad, la decisión de Sheinbaum de adoptar una postura ofensiva dice mucho sobre el difícil momento político que atraviesa su administración y las presiones que se acumulan a su alrededor.
Por supuesto, las acusaciones y las teorías conspirativas inevitablemente rodean episodios como este; sin duda hubo provocadores y las habituales maniobras entre bastidores. Pero la pregunta más reveladora se refiere a la estrategia del gobierno.
Por razones aún desconocidas, la propia Sheinbaum contribuyó a amplificar la protesta incluso antes de que esta se produjera, atacando repetidamente a sus promotores. La policía hizo el resto, reaccionando de forma desproporcionada como no lo había hecho en situaciones similares.
Tal vez la presidenta intuyó una oportunidad para agudizar la narrativa de “nosotros contra ellos”, una narrativa victimista que tan bien le ha servido a su movimiento desde que su mentor, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), llegó al poder en 2018.
Después de todo, Morena construyó su identidad definiéndose en contra del establishment mexicano, ya fueran los partidos tradicionales, la élite, el sector empresarial o simplemente el “neoliberalismo”, y con un marcado sentido de misión histórica.
No obstante, esa retórica resuena cada día menos tras siete años en el poder y con el movimiento controlando ahora la mayoría de las instituciones del país.
Sheinbaum podría sentirse cada vez más aislada en la cima, presionada entre un beligerante Donald Trump al norte y una Latinoamérica que se inclina innegablemente hacia la derecha. Para comienzos de 2027, México podría ser el único país grande de la región que aún se dirija hacia la izquierda, dejando el ambicioso proyecto de Morena a la deriva geopolíticamente.
Mientras tanto, los problemas que enfrenta la primera presidenta de México se acumulan, desde asesinatos políticos de alto perfil hasta una economía estancada, y su enorme popularidad se erosiona lenta pero constantemente.
Ante este panorama, la perspectiva de una oposición emergente bien podría haber encendido las alarmas en el Palacio Nacional, provocando errores de cálculo y pánico innecesario.

Sin embargo, existe otra interpretación más preocupante: la reacción de Sheinbaum podría simplemente reflejar lo que sucede cuando un partido gobernante opera sin verdaderos controles y contrapesos.
Morena se ha convertido, en efecto, en un movimiento hegemónico con ambiciones de dominio y poca paciencia para los rituales democráticos de desacuerdo y debate.
Con sus aliados, ahora cuenta con la mayoría de dos tercios en el Congreso necesaria para impulsar cambios constitucionales, varios de los cuales se han tramitado con celeridaden los últimos meses prácticamente sin escrutinio.
Además, gobierna 24 de los 32 estados y, gracias a la desacertada reforma judicial de junio, goza de una amplia influencia en los tribunales. (Un ejemplo claro: tras las protestas de este fin de semana, la Corte Suprema emitió una declaración que se hacía eco del propio discurso de Morena).
Este poder no es simplemente producto de la popularidad electoral.
Morena construyó su supermayoría, y las profundas reformas constitucionales que ha posibilitado, mediante fallos controvertidos y acuerdos políticos oportunistas, incluyendo la oportuna deserción de legisladores de la oposición. Obtuvo apenas el 41% de los votos en las elecciones al Senado del año pasado, pero su peso político actual supera con creces su mandato electoral.
Desde esta perspectiva, el peligro para Sheinbaum radica en que respuestas como la del sábado solo validan las acusaciones de la oposición sobre un autoritarismo creciente.
Como activista política que se forjó en las protestas estudiantiles mexicanas de finales de la década de 1960, sabe que la discordia no solo es inevitable, sino que puede ser una fuerza constructiva en un país tan complejo como México.
Nos guste o no, Morena ahora forma parte del establishment, y la vieja táctica de gobernar con un poder abrumador mientras se adopta la imagen de un insurgente antisistema ya no funciona.
Existe la posibilidad que las protestas se desvanezcan y que la oposición siga teniendo dificultades para presentar una alternativa coherente de cara a las elecciones de mitad de mandato de 2027.
Sin embargo, la mayor amenaza para la posición de Sheinbaum proviene de su propio ejercicio del poder, de la postura de su gobierno frente a la disidencia y de los abusos y la corrupción que inevitablemente surgen cuando no existe un contrapeso, por no mencionar las divisiones internas de Morena.
Si las opiniones divergentes y las críticas a Morena se interpretan como intentos de sabotear la “transformación histórica” de México, como muchos dentro del movimiento gobernante creen firmemente, entonces el país tendrá poco margen para funcionar como una democracia madura y desarrollada.
Esa, más que las escenas de violencia del Zócalo, es la lección que Sheinbaum haría bien en extraer de los sucesos de ese fin de semana.
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