Bloomberg — Thuto Pulane acababa de terminar unas prometedoras prácticas en marketing cuando perdió 13 kilos en dos meses y empezó a toser flemas verdes.
Cada vez estaba más débil y decidió acudir a una clínica cercana en busca de ayuda tras regresar a casa de un viaje familiar. Resultó que Pulane tenía la enfermedad infecciosa curable más mortífera del mundo, una sobre la que recordaba haber aprendido en la escuela: la tuberculosis.
A la joven le dijeron que el tratamiento estándar sería un ciclo de seis meses de antibióticos y que correría el riesgo de contaminar a su hermano, que comparte casa con ella en la ciudad de Rustenburgo, al norte de Sudáfrica.
“Me sorprendió, pero también me alivió saber lo que era”, recordó Pulane en una entrevista reciente. “A nadie le gusta tomar medicación durante mucho tiempo”.
Así que cuando oyó hablar de un ensayo clínico que podría reducir el tiempo de su tratamiento a cuatro meses y disminuir la amenaza que suponía para los demás, aprovechó la oportunidad. Pulane se apuntó para tomar el antibiótico experimental sorfequilina junto con dos medicamentos más antiguos. Unos dos meses después, empezó a sentirse mejor.
Los resultados del estudio al que se unió, publicados el miércoles, muestran que Pulane no es la única que se benefició del tratamiento, una nueva herramienta prometedora a medida que más cepas de tuberculosis eluden los antibióticos anteriores.
La tuberculosis no es sólo una nota a pie de página histórica que se mantiene viva. Esta enfermedad curable mató a 1,23 millones de personas el año pasado, según la Organización Mundial de la Salud.
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Menos tos
“Objetivos que antes parecían totalmente aspiracionales, como la erradicación de la tuberculosis, son cada vez más posibles gracias a avances como la sorfequilina”, afirmó Rod Dawson, investigador principal del estudio y director gerente del Instituto Pulmonar de la Universidad de Ciudad del Cabo.
El nuevo fármaco, desarrollado por la organización sin ánimo de lucro TB Alliance, no sólo promete reducir los tiempos de tratamiento. Los datos indican que tiene un mejor perfil de seguridad y el potencial de vencer a muchas cepas que se han hecho resistentes a otros antibióticos. Como actúa con mayor rapidez, significa que las personas pasan menos tiempo tosiendo, estornudando o escupiendo, lo que reduce el riesgo de contaminación.
Al igual que otras enfermedades infecciosas, la tuberculosis suele propagarse entre los hogares. Si los médicos sólo tratan a un miembro de una familia, la batalla para combatir la enfermedad podría estar ya perdida y aumenta el riesgo de que la bacteria se vuelva resistente al régimen disponible. En países con una elevada carga como la India, por cada persona diagnosticada y tratada, unas dos quedan sin diagnosticar.
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Hay otros avances prometedores en la tuberculosis además del desarrollo de la sorfequilina, que podría permitir una formulación inyectable para reducir aún más el tiempo de tratamiento. En cuanto al diagnóstico, en Indonesia se está probando un dispositivo portátil de bolsillo que ofrece resultados en el mismo día a partir de esputo o de un simple frotis de lengua.
Pulane, por su parte, se puso una mascarilla en cuanto le diagnosticaron la enfermedad, incluso en casa, durante los dos primeros meses tras el inicio del tratamiento. También reconsideró cómo utilizaba el transporte público, frecuentaba las tiendas o se reunía con sus amigos. Cuando se sintió mejor, pudo abandonar la mascarilla por completo. Gracias a sus esfuerzos, su hermano sigue libre de tuberculosis.
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