Bloomberg Línea — La gestión de Donald Trump en EE.UU. ha revivido el debate sobre el manejo de países como empresas y el rol que líderes outsiders, que no representan al establecimiento político tradicional, sino que vienen de caminos tan distintos como el mundo de los negocios y la economía, desempeñan en el manejo del gobierno.
De cara a las próximas elecciones en países como Ecuador o Chile, el protagonismo de estos líderes vuelve a estar en el foco con sus diferentes matices, luego de experiencias con presidentes que vienen del mundo empresarial como el desaparecido Sebastián Piñera (Chile), quien fue inversionista en aerolíneas, clubes de fútbol y supermercados; Guillermo Lasso (Ecuador), banquero y expresidente del Banco de Guayaquil; Mauricio Macri (Argentina), expresidente de Boca Juniors y empresario en el sector automotor y de construcción con el Grupo Socma y Horacio Cartes (Paraguay), empresario tabacalero y líder del disuelto Grupo Cartes.
Casos actuales incluyen al actual candidato y presidente ecuatoriano, Daniel Noboa; a su homólogo salvadoreño, Nayib Bukele, empresario en publicidad y expropietario de la licencia de Yamaha Motors en el país; así como al actual mandatario dominicano, Luis Abinader, empresario en turismo y construcción.
Desde otra orilla, y si bien proviene del mundo académico, el presidente argentino, Javier Milei, es un economista libertario considerado como outsider y con una visión más próxima a las empresas. De hecho, fue miembro del B20, instancia consultiva del sector empresarial en el G20, y del Grupo de Política económica de la Cámara de Comercio Internacional (ICC Internacional). “Les voy a contar Argentina como un caso de negocio, por qué es ahora. Y, básicamente, voy a explicar por qué esta vez es diferente, y después voy a presentar a Argentina como un caso de inversión”, dijo Milei ante empresarios en octubre del año pasado.
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Según los expertos consultados, los “presidentes empresarios” tienen un perfil similar, sobre todo en Latinoamérica, quizá por la influencia de la cultura “corporate” de Estados Unidos. Se trata de hombres hechos a sí mismos, outsiders de la política, ricos y autoproclamados héroes anticorrupción.
Provienen, además, del sector privado, donde los tiempos suelen ser más rápidos y ágiles que en el sector público, que tiene restricciones, controles y contrapesos.
Los resultados de los denominados presidentes empresarios, “si bien diversos, suelen dejar un sabor agridulce en sus países. Reformas muy necesarias topan con obstáculos sociales que tienden a ser reprimidos con formas autoritarias”, dice Óscar Martínez Tapia, académico de la escuela IE School of Politics, Economics and Global Affairs.
Aunque evita generalizar, Martínez dice que en estos Gobiernos suele haber “una luna de miel con los mercados” que persiste con los primeros impulsos de eficiencia en economías normalmente muy deficitarias o endeudadas.
Quizá sea pronto para evaluar las políticas comerciales de Trump, pero parece muy sintomático que los propios mercados (vía Wall Street) parecen algo asustados de los bandazos y los cambios de opinión de Trump en aspectos fundamentales como los aranceles. Desde la ortodoxia económica parece de sobra probado que los aranceles y el proteccionismo no parecen muy acertados en el siglo XXI.
Óscar Martínez Tapia, de IE School of Politics, Economics and Global Affairs.
Cita el ejemplo de Sebastián Piñera en Chile, en cuyo Gobierno, dice, hubo crecimiento económico (en la primera administración de 5,4% y en la segunda de 2,6% con pandemia) y generación de empleo que benefició a la clase media, pero se topó con un movimiento estudiantil fuerte durante el estallido social de 2019 al que “reprimió con dureza, lo que generó críticas internacionales por abuso de derechos humanos”.
“El caso de Bukele parece que es incluso más radical en cuanto a la mano dura. Y Noboa, ‘hijo de‘, parece insistir en los modos autoritarios en pos de la seguridad”, dice Martínez sobre el presidente ecuatoriano, que en febrero fue comparado con Donald Trump luego de que anunciara que impondría aranceles del 27% a México para presionar un acuerdo comercial.
Es complicado evaluar la acción de tantos presidentes-empresarios sin añadirles un componente ideológico, pues la mayoría de estos pertenecen a un universo conservador que suele hacer bandera contra el estatismo comunista-guerrillero de sus oponentes políticos.
Óscar Martínez Tapia, de IE School of Politics, Economics and Global Affairs.
Qué identifica a los líderes outsiders en la gobernabilidad

Martínez identifica una serie de reformas promercado comunes, propuestas por los presidentes-empresarios que incluyen el “adelgazamiento razonable” de Estados sobredimensionados, reformas en mercado laboral, y eficiencia gubernamental.
No obstante, señala que “parece innegable que, amparándose en estas reformas, se han cometido muchos abusos a la democracia y, lo que es más alarmante, se han aumentado niveles de desigualdad que ya eran casi insoportables”.
De acuerdo a cifras divulgadas por el BID, Latinoamérica y el Caribe es la región más desigual del mundo, ya que el 10% más rico de la población tiene en promedio ingresos 12 veces mayores que el 10% más pobres.
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Eso ha intensificado una polarización ideológica que invita a sus contra-héroes -citando a Hugo Chávez en Venezuela, Los Castro en Cuba o Daniel Ortega Nicaragua - al poder, lo que es “un círculo muy nocivo para la democracia”.
Del lado de la narrativa, tanto Trump como otros presidentes outsiders comparten un estilo de liderazgo “en la forma de comunicarse, apelando a la polarización entre la ‘nueva’ y ‘vieja’ política, la estructura del Estado y en la concepción de cómo debe ser la toma de decisiones”, dice a Bloomberg Línea Marina Lacalle, doctora en Ciencia Política y profesora en la Escuela de Gobierno de la Universidad Austral.
Estos líderes empresarios, dice Lacalle, se refieren a la “política tradicional” como una palabra clave que se refiere a un Estado con una estructura burocrática grande, lenta e ineficiente, como también lo hace el mandatario argentino, Javier Milei.
Las similitudes siempre son más intensas que las diferencias, pues el mundo globalizado corta a su imagen un tipo de empresario-político que comparte valores similares en todo el planeta capitalista. Las diferencias suelen ser tan sólo particularidades locales, con cierto influjo cultural. Berlusconi a la italiana, Trump a la estadounidense, Piñera a la chilena, etc.
Óscar Martínez Tapia, de IE School of Politics, Economics and Global Affairs.
La experiencia de Latam con los outsiders
Lacalle dice que esta visión de “Estado grande, Estado ineficiente”, necesidad de “motosierra”, y de que, en el sector público, lo menos es más no es nuevo. Ya se hizo en varios países, en diferentes épocas y con distintos matices.
En la década de los 60, Argentina y Brasil vivieron lo que se conoce como Estados Burocráticos-Autoritarios, en los que el foco estaba puesto en una burocracia conformada por tecnócratas combinada con líderes autoritarios “con espalda para tomar decisiones impopulares”, dice Lacalle.
Ya en los 90, con el desembarco de los Chicago Boys en Chile, y durante la Presidencia de Carlos Menem en Argentina (1989-1999), también se vivió una época de reformas del Estado, reducción de la estructura y privatización de empresas públicas en búsqueda de la tan deseada eficiencia.
Diferencias entre los mismos líderes outsiders

Pese a las similitudes en la narrativa, los denominados líderes outsiders también presentan diferencias entre mercados como Estados Unidos y Latinoamérica, especialmente en asunto de gobernabilidad. Esto se sustenta, según Lacalle, en la fortaleza institucional estadounidense y el buen funcionamiento de la estructura de balance de poder y accountability horizontal (es decir, agencias de control estatal).
Con respecto al primero, los presidentes estadounidenses suelen encontrar en el Congreso frenos a sus avances exasperados, mientras que en América Latina ese no siempre es el caso, dice Lacalle, citando el ejemplo del mandatario salvadoreño, Nayib Bukele.
Otra diferencia que ve es la postura proteccionista de la gestión de Trump versus los presidentes “empresarios” en América Latina, que a su juicio proponen lo contrario: apertura económica y atracción de inversiones extranjeras.
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Al comparar casos como Mauricio Macri (Argentina, 2015-2019), Sebastián Piñera (Chile, 2010-2014 y 2018-2022), Nayib Bukele (El Salvador, 2019-presente) y Jair Bolsonaro (Brasil, 2019-2023), el profesor asociado de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, Camilo Ignacio González Becerra, comentó que no se pueden agrupar en una misma categoría a estos líderes.
“Macri y Piñera eran presidentes con un enfoque hacia el sector privado, con un pasado empresarial, pero respetaban el marco institucional y democrático”, dice González. Sin embargo, en casos como Bukele, sus políticas “pueden haber tenido efectividad en algunos aspectos como la política de defensa, pero empiezan a tener problemas en clave de respeto a las reglas de juego y los derechos de las personas”, dice González.
El académico menciona que el problema no es tanto si un presidente tiene un perfil empresarial, sino su relación con el marco institucional y el riesgo a caer en tendencias populistas.
“Trump y Bolsonaro, por ejemplo, tienen dificultades para moverse en ese contexto institucional, lo que nos lleva a una discusión sobre el deseo de romper las reglas de juego y la institucionalidad”, dice González.
La relación empresa-Estado
Las diferencias en la gestión de empresa-Estado siguen generando debate con respecto a la aplicación del modelo en regiones como Latinoamérica.
Hay una visión en la que pareciera como si la empresa privada puede asumir e incorporar una cultura “mucho más autoritaria y jerárquica que los Estados democráticos”, dice Óscar Martínez Tapia, de IE School of Politics, Economics and Global Affairs.
Según el académico, las democracias no están diseñadas para operar con una lógica de maximización de beneficios, sino que, por su naturaleza, requieren un proceso de debate parlamentario y social, con mecanismos de control y equilibrio ajenos al mundo empresarial. “La tentación de cortar por lo sano a veces es demasiado grande; y a menudo antidemocrática”, dice Martínez.
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Uno de los argumentos que citan los expertos es que el Estado es un actor económico que mueve la economía y genera empleo, pero su capacidad se rige por reglas y restricciones distintas a las del sector privado y busca generar un valor diferente. Entonces, “es distinto generar valor económico que valor público”, dice González.
La lógica de administrar el Estado como una empresa puede generar pérdida de capacidad pública y problemas a futuro, cree González. Aunque Trump tiene un margen de maniobra internacional por el poder de EE.UU., internamente puede enfrentar dificultades si insiste en ese enfoque.
Los analistas exponen que lo importante cuando se habla de toma de decisión y resultados en el sector público es entender que los destinatarios de las decisiones políticas (y públicas) son distintos sectores de la sociedad, con distintas necesidades e intereses; y que esas dimensiones requieren tratamientos muy diferentes (en tiempo y actores) a las decisiones dentro de una empresa, dice Lacalle.
A su juicio, no considerar este punto puede llevar a resistencias que terminan derivando en crisis políticas y sociales; y en debilitamiento institucional que es garantía de la calidad democrática.