Bloomberg Línea — Con una cámara, una furgoneta y más de 70 lentes de realidad virtual, el japonés Noa Iimura ha logrado algo inusual: distribuir un documental sobre Venezuela que se sostiene exclusivamente con la venta de entradas. Lo que empezó como un viaje personal de autodescubrimiento terminó convirtiéndose en una experiencia inmersiva que ha conmovido a miles de venezolanos y extranjeros alrededor del mundo, bajo el título: Mano tengo fe.
“Aunque soy de Valencia (Venezuela), nunca he estado en esa playa, y tú pudiste llevarme ahora en la distancia, gracias”. Con aquella frase, y entre lágrimas que acompañan una leve sonrisa, una mujer se dirige a Iimura en un pequeño restaurante de Madrid atendido por venezolanos, durante una de las proyecciones mundiales a mediados de julio.
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Noa comenzó su travesía en diciembre de 2021 en Belice. Durante diez meses recorrió Centroamérica, grabando cada paso como parte de un diario visual. Su idea original era documentar el aprendizaje que se obtiene viajando solo: conocer otras vidas, otras costumbres y entender, en el camino, quién se es realmente.

Pero Venezuela cambió el rumbo de esa bitácora improvisada. Contra las advertencias de inseguridad, decidió cruzar la frontera y permaneció seis meses grabando el día a día de comunidades que lo acogieron. Lo que capturó allí —playas, calles, rostros— dio forma a un documental que hoy recorre el mundo como un puente de memoria para quienes dejaron su país.
Realidad virtual
Iimura diseñó toda la experiencia para ser vivida en primera persona: cada espectador se sumerge en el paisaje venezolano a través de lentes VR. Por eso, insiste en no distribuir el documental por internet. “No quiero que la gente vea esta experiencia en su tele. No es igual”, afirma en entrevista con Bloomberg Línea.

Para sostener esta logística invirtió todos sus ingresos en infraestructura. Sin apoyo institucional, sin patrocinios ni plataformas de streaming, ha adquirido más de 70 lentes Meta, cuyo precio ronda entre US$300 y US$400 por unidad, una furgoneta y equipo técnico que transporta de ciudad en ciudad. Cada entrada, cuyo precio varía entre 15 euros en Europa y US$25 en Estados Unidos, alimenta un circuito que se mantiene por sí mismo.
Los cálculos aproximados apuntan a ingresos anuales de entre US$150.000 y US$250.000.
Cifras, emoción y críticas
Desde que comenzaron las proyecciones en febrero de 2024, la primera de ellas en Miami con apoyo de la Fundación Santa Teresa, una ronera venezolana, Noa ha recorrido más de 40 ciudades en Estados Unidos y 16 en Europa. Su equipo realiza giras paralelas en varias rutas para llegar a más comunidades.
La experiencia ha conmovido a miles: algunos ríen, muchos lloran, y todos agradecen. “Yo creo que la frase que más escucho es ‘gracias’. Para mí, eso lo dice todo”, comenta Noa, que recuerda con especial emoción la reacción de los niños: “Para ellos es como ver por primera vez su país. Ven una playa y ya son felices”.
Este documental ya suma más de 10.000 espectadores y Noa planea presentarlo pronto en festivales de cine. Mientras tanto, proyecta nuevas giras en otoño por Reino Unido e Italia, y mantiene activa una ruta paralela por ciudades estadounidenses, de Boston a Seattle.
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Su meta más íntima, sin embargo, es volver a donde todo empezó: “Sueño con hacer esta exposición allá en Venezuela, invitar a mis amigos que aparecen en el video y que no han podido verse allí, que ellos mismos puedan vivir la experiencia”, dice. Si lo logra, grabará más material para un posible segundo episodio.
“No dejes que lo que escuchas se convierta en lo que piensas”, repite Noa cada vez que le preguntan por qué decidió quedarse.

Aunque el documental ha sido celebrado por muchos como una experiencia emotiva y nostálgica, no ha estado exento de críticas. Algunos espectadores, especialmente venezolanos que vivieron la etapa más dura de la crisis que ha expulsado cerca de 7,9 millones de venezolanos del país, de acuerdo a cifras de la Agencia de la Naciones Unidas para los Refugiados, le han señalado que su mirada muestra solo “la parte bonita” de un país que arrastra heridas profundas. “Hay gente que me escribe diciendo que muestro solo la parte linda, pero yo solo puedo contar lo que vi”, responde Noa.
Si bien su relato se construye desde la cotidianidad: calles, paisajes, conversaciones improvisadas y gestos de hospitalidad que desafían los estereotipos de inseguridad extrema que muchos escucharon antes de pisar Venezuela, para algunos críticos, esto puede edulcorar una realidad mucho más compleja; que aún así es retratada en algunos puntos por Noa con sutileza y musicalidad.

Hasta ahora, Noa no ha enfrentado restricciones formales ni censura de autoridades, pero es consciente de que volver a grabar en Venezuela podría ser distinto. “Ahora es diferente porque más gente sabe quién soy. Cuando fui la primera vez nadie sabía nada. Ahora es otra cosa”, reconoce.
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Mientras tanto, ciudad tras ciudad, cada espectador se lleva algo que ninguna pantalla plana podría darles: la certeza de haber estado, aunque sea por un momento, de vuelta en casa.