El ejército de Estados Unidos envió un mensaje claro a Maduro y Venezuela

President Maduro Holds Press Conference
Por James Stavridis
04 de septiembre, 2025 | 07:11 AM

En la zona sur del Caribe, se está desplegando una poderosa fuerza naval de EE.UU. frente a las costas de Venezuela.

Se trata de tres de los formidables destructores lanzamisiles guiados de la clase Arleigh Burke, de 10.000 toneladas, y un grupo de ataque anfibio constituido por dos enormes buques de guerra de la clase San Antonio, de 25.000 toneladas, que transportan marines, helicópteros y lanchas de desembarco.

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Estos destructores transportan misiles de crucero Tomahawk de gran precisión con un alcance de 1.500 millas (2.404 km) para ataques terrestres; cuentan con sofisticados sistemas de defensa aérea y de recopilación de información; y cada uno dispone de dos helicópteros polivalentes.

Los grandes buques anfibios son capaces de transportar su “artillería principal”, una unidad expedicionaria de 2.500 marines, a tierra muy rápidamente a cualquier punto de la costa norte sudamericana. Existe la posibilidad que haya un submarino de ataque de propulsión nuclear operando en la zona.

Colectivamente, más de 4.000 marineros e infantes de marina y como mínimo media docena de buques de guerra importantes están operando a miles de kilómetros de los EE.UU. en una zona con denso tráfico comercial, plataformas de petróleo y gas en funcionamiento, actividad pesquera y cruceros.

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¿Por qué se está realizando este despliegue de gran envergadura ahora y cuál es su objetivo?

Aparentemente, las fuerzas están preparadas para realizar operaciones antinarcóticos, un fin loable. Como ejemplo, cabe citar la destrucción, este martes, de un bote por parte del ejército de EE.UU. que, según el secretario de Estado, Marco Rubio, “había zarpado de Venezuela y era operado por una organización designada como narcoterrorista”.

No obstante, la mayoría de los envíos de drogas a Estados Unidos se transportan por la costa del Pacífico, atravesando las aguas de la costa occidental de América Central, desde sus puntos de origen en la cordillera de los Andes. Numerosos envíos se efectúan por vía aérea, por lo que una flotilla naval tendría poca capacidad para interceptarlos sin un portaaviones.

Sé muy bien cómo funcionan estas misiones antidrogas por mi experiencia como jefe del Comando Sur de los EE.UU., el comando de combate de cuatro estrellas con sede en Doral, Florida, próximo al Aeropuerto Internacional de Miami.

Por más de tres años, pasé gran parte de mi tiempo estudiando los complejos patrones de movimiento de la droga y solicitando al Pentágono los recursos que permitieran detenerlos.

Lo que aprendí es que para vencer a los narcotraficantes no se necesitan armas ofensivas de alta tecnología ni enormes buques de guerra, y menos aún marines o submarinos nucleares. Lo que se precisa es inteligencia.

El mar es inmenso, y la cantidad de embarcaciones que patrullan es ínfima, incluso con sus radares y sonares de largo alcance. Imagínese patrullando el estado de Texas apenas con seis patrullas y comprenderá lo que quiero decir.

Si el objetivo es detener el flujo de drogas, un plan más acertado sería aumentar los recursos de recopilación de inteligencia disponibles para el Comando Sur, incluyendo satélites sofisticados e intercepciones de teléfonos celulares, utilizando su moderno centro de comando en Doral como centro de fusión de datos e inteligencia.

Estados Unidos también podría aprovechar mejor la Fuerza de Tarea Conjunta Interagencial Suren Cayo Hueso, una coalición de más de 20 socios nacionales (en comparación con una docena durante mi mandato hace más de una década) y agencias policiales y de inteligencia estadounidenses.

Esa podría ser la mejor manera de evaluar la inteligencia y luego desplegar las embarcaciones de la Guardia Costera (pequeñas, rápidas y con amplia experiencia en la misión) para realizar las intercepciones.

La gran y robusta flotilla naval puede contribuir mediante la recopilación de inteligencia; proporcionar helicópteros embarcados y pequeñas embarcaciones; y brindar apoyo físico y logístico en el mar a los equipos interagencial de la Guardia Costera, el ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) y la DEA (Administración de Control de Drogas).

Sin embargo, los grandes buques de guerra tienen otra misión. Enviar un mensaje muy claro al dictador de Venezuela, Nicolás Maduro.

Los misiles Tomahawk lanzados desde destructores o submarinos no pueden hacer mucho contra el narcotráfico, pero sí pueden destruir infraestructura petrolera y gasífera crucial para la generación de ingresos.

Los marines estadounidenses no van a derribar lanchas rápidas que trafican drogas como en Miami Vice, pero podrían usarse contra plataformas petroleras y gasíferas o bases militares venezolanas en la costa. Los submarinos y destructores pueden hundir buques de guerra venezolanos y derribar aeronaves militares.

Maduro, cuya cabeza tiene una recompensa de US$50 millones y está involucrado en el narcotráfico, según funcionarios estadounidenses, es el blanco de esta señal.

Conocí a Maduro durante mi tiempo en el Comando Sur, cuando era ministro de Relaciones Exteriores. Leí su biografía y no me impresionó su primer trabajo como conductor de autobús y líder sindical.

Cuando lo conocí en un sitio neutral durante una conferencia regional en Sudamérica, me pareció improbable que tuviera el empuje ni la astucia necesarios para suceder a su jefe, el carismático e inteligente Hugo Chávez. Lo subestimé.

Eso fue en 2009.

Hoy, no solo ha consolidado el control total de Venezuela, sino que se ha convertido en una importante espina en el costado de Estados Unidos y de muchos de sus vecinos, especialmente Guyana, a la que amenaza regularmente con invadir, y Colombia, un aliado cercano de Estados Unidos.

El despliegue estadounidense y las expresiones de apoyo de algunos vecinos de Venezuela han provocado estallidos de ira en Maduro, quien afirma que “el imperio se ha vuelto loco” y promete “derrotar al imperialismo estadounidense”.

Estados Unidos debería seguir intensificando su lucha contra el narcotráfico, que alimenta al régimen corrupto de Venezuela y socava la paz y la prosperidad de sus vecinos. Una diplomacia cañonera seria que envíe a Maduro y a la región una señal de la capacidad y las intenciones de EE.UU. es un acompañamiento útil.

Stavridis es decano emérito de la Facultad Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad de Tufts. Forma parte de los consejos directivos de Aon, Fortinet y Ankura Consulting Group.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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