En general, el mundo ha recibido con satisfacción la tregua comercial entre EE.UU. y China. Los exportadores, concretamente, aguardan un período de calma que les permita amoldarse a un nuevo mundo con aranceles más altos y más restricciones.
No obstante, para los trabajadores y las compañías de los países en desarrollo, la perspectiva de volver al statu quo anterior no es una idea del todo reconfortante. Un nuevo orden que mantiene el dominio de China sobre el comercio global les perjudica mucho más que a Estados Unidos u otros países occidentales.
Un nuevo índice de Bloomberg Intelligence que analiza el potencial exportador de varias economías importantes nos explica por qué.
China sigue encabezando la tabla, con una amplia ventaja sobre su competidor más inmediato, la India. Según dicho índice, la mayoría de los mercados emergentes solo superan ligeramente a las economías desarrolladas. No es así como se supone que debe ser.
Conforme los costes laborales en China se equiparan a los de los mercados con mayor productividad, este país debería parecer una fuente menos atractiva de productos. Los sectores impulsados por el comercio deberían comenzar a salir de China o, en términos del índice, otras economías en desarrollo deberían exhibir un potencial de exportación mayor o, al menos, comparable.
Al contrario, la ventaja de China en otros factores, desde los costes energéticos y la eficiencia logística hasta los conocimientos técnicos básicos, es tan considerable que no tiene aún rival.
Es imposible exagerar lo inusual que resulta esto en la historia mundial.
Diversos países y regiones tuvieron su momento de dominio del comercio mundial, Inglaterra, EEUU., Japón, antes de ceder el paso y permitir el crecimiento de otros. A medida que se enriquecían, se reubicaron en diferentes eslabones de la cadena de suministro, lo que permitió que los bienes de menor valor se fabricaran en lugares con costos reducidos.
China, en cambio, continúa dominando todos los eslabones de la cadena de suministro, desde la manufactura de bajo margen hasta la de alto margen.
Según cálculos de los economistas Arvind Subramanian y Shoumitro Chatterjee, tres cuartas partes del enorme superávit comercial chino con el mundo siguen proviniendo de bienes fabricados con habilidades relativamente básicas, y aún conserva más de la mitad de la cuota de mercado global en dichos sectores.
Otras estimaciones, con una definición más restrictiva de producción de baja cualificación, resultan un poco menores. Gordon Hanson, de Harvard, evaluó en 2020 que la participación de China en la manufactura intensiva en mano de obra era de aproximadamente un tercio.
En cualquier caso, se trata de una anomalía.
Esta cuota de mercado no encaja con lo que sabemos de esa economía: que su población en edad laboral está disminuyendo y que los salarios medios son ahora varias veces superiores a los de sus competidores en dificultades.
Podría haber varias razones para la aparición de esta inconsistencia.
Una moneda persistentemente infravalorada podría explicarla, al igual que las subvenciones ocultas a insumos como la energía.
Sin embargo, parte de la razón es que Pekín ha intervenido a propósito en el proceso natural del desarrollo mundial. Y es que, cuando la economía de un país crece y otro más pobre lo supera en potencial de exportación, los ahorradores, inversores y empresas del primero comienzan a trasladar capital y tecnología al segundo.
Así fue como la manufactura se extendió por el mundo desarrollado y los tigres de Asia. En el apogeo de la hegemonía económica británica, los banqueros londinenses financiaban la mitad de la inversión extranjera mundial. Una gran proporción de los bonos ferroviarios estadounidenses estaban denominados en libras esterlinas.
Para cuando Estados Unidos dominó el comercio un siglo después, se convirtió a su vez en el origen de casi la mitad de la inversión extranjera directa a nivel global. Y durante su época de auge en la década de 1980, la participación de Japón en la inversión mundial superó a la de EE.UU.
Esto es lo que sucede cuando a las empresas de países con superávit comercial se les permite planificar libremente el futuro y obtener la máxima rentabilidad de su capital. Sin embargo, Pekín no permite que su economía funcione de esta manera.
Lo que obtiene del comercio se destina, en cambio, a crear capacidad productiva excedente en el país o a proyectos de larga duración cuyo objetivo es consolidar todavía más a China como centro de la producción global.
Esto implica que las empresas chinas obtienen una baja rentabilidad de sus ahorros, y sus ahorradores y pensionistas son más pobres de lo que deberían.
Pero también significa que los trabajadores del resto del mundo en desarrollo se ven privados de su potencial. Necesitan que las empresas chinas utilicen sus conocimientos tecnológicos y el capital acumulado para construir fábricas que les permitan formarse y emplearse.
No obstante, los líderes chinos no lo permiten. Quieren mantenerse en la cima de la tabla de potencial exportador y no les importa si, como consecuencia, el mundo en desarrollo se ve privado de su futuro.
Si Pekín se sale con la suya, nadie más se enriquecerá jamás.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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