El presidente de Colombia, Gustavo Petro, sigue mostrando cómo no se debe tratar a EE.UU.

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Gustavo Petro
Por Juan Pablo Spinetto
06 de octubre, 2025 | 06:43 AM

Si existiese una clasificación de líderes antiamericanos, Gustavo Petro estaría muy cerca de encabezarla.

La semana pasada, el caótico presidente de Colombia protagonizó una maniobra que quedará en los libros de historia: megáfono en mano en un mitin en Nueva York contra la guerra en Gaza, instó a los soldados estadounidenses a desafiar las órdenes del presidente Donald Trump.

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A las pocas horas del evento, celebrado al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Casa Blanca revocó su visado.

Los ya fallecidos Hugo Chávez y Fidel Castro estarían orgullosos; su discípulo colombiano ha logrado alcanzar niveles de provocación que ellos jamás lograron, y además en territorio enemigo.

Este episodio se suma al rápido deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Colombia, que en su día fueron los aliados más cercanos de la región. Sucedió tras la “descertificación” por parte de la Casa Blanca de los esfuerzos antinarcóticos del Gobierno sudamericano el mes pasado y las tensiones diplomáticas que han ido en ascenso desde la toma de posesión de Trump en enero.

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Y posteriormente, Petro agravó las tensiones al amenazar con una renegociación del tratado de libre comercio con EE.UU., hacer que los miembros de su gabinete renunciaran a sus visados de ese país y al expulsar a la misión diplomática israelí.

¿Por qué llevar las cosas tan lejos?

En parte, por ideología; en parte, por un cálculo político egoísta. Petro, un antiguo líder guerrillero, se complace en presentarse como la antítesis de Trump.

Un autoproclamado paladín de la izquierda que aspira a ser la voz del denominado sur global (si bien la mayor parte de Colombia se encuentra al norte del Ecuador), y que no duda en denunciar cualquier injusticia real o imaginaria. Su animosidad intelectual es genuina y tiene su origen en sus antecedentes radicales y sus ambiciones políticas.

Sin embargo, también existen motivos pragmáticos: al retomar el viejo sentimiento antiestadounidense, está intentando generar cohesión interna alrededor de una amenaza externa de cara a las elecciones generales colombianas de mayo.

“La polarización de la carrera electoral propicia la retórica radical, incluyendo la construcción de un enemigo externo que genera cierto grado de unidad ante una causa que se percibe como justa”, me comentó Laura Lizarazo, directora asociada de la consultora Control Risks en Bogotá.

“Existe una base de votantes de izquierda leales que parece no disminuir a pese a los intentos fallidos del presidente. Ronda el 30%, lo que podría ser más que suficiente para superar la primera vuelta el año que viene.”

Petro

Puede haber algo aún más profundo. Con solo 10 meses restantes en el cargo y sin posibilidad de reelección, el primer presidente izquierdista de Colombia ya está haciendo audiciones para su próximo trabajo.

Agotado por las limitaciones del poder, un iconoclasta bon vivant como Petro puede soñar con reinventarse como una versión latinoamericana de Jeremy Corbyn, recorriendo el mundo denunciando el imperialismo y dispensando lugares comunes y medias verdades después de haber fracasado espectacularmente en casa.

Si no fuera por la inconveniencia de tener que seguir gobernando para 53 millones de colombianos, podría haberse unido a Greta Thunberg en la flotilla de ayudacon destino a Gaza. Como era de esperar, a Petro le gusta pontificar sobre cada conflicto global mientras se muestra incapaz de contener un aumento de la violencia en su propio patio trasero.

Ninguna de sus tácticas debe confundirse con una estrategia coherente ni con un verdadero restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Colombia.

Si bien persisten las fricciones estructurales, en particular, el imparable auge de la producción de cocaína en Colombia, el próximo ocupante de la Casa de Nariño tendrá todos los incentivos para retomar una agenda más amistosa con Washington.

Las payasadas de Petro se entienden mejor como una rareza que como una regla regional.

En enero, ya había demostrado a la región cómo NO manejar a Trump con su desastroso intento de confrontar a la Casa Blanca por la deportación de colombianos. Con la excepción de su torpe episodio, las respuestas de América Latina a la asertiva política exterior de Trump se han dividido en dos categorías claras: aceptación o contención.

Javier Milei de Argentina, Santiago Peña de Paraguay y Nayib Bukele de El Salvador han dado la bienvenida a Trump, ya sea por razones ideológicas o estratégicas.

Por otro lado, líderes como Claudia Sheinbaum en México y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil han buscado contenerlo en distintos grados , y Lula ahora está listo para encarar a su némesis estadounidense tras varios enfrentamientos.

Incluso el dictador venezolano, Nicolás Maduro, envió a Trump una carta pidiendo diálogo para aliviar las tensiones (y evitar ser expulsado del poder, por supuesto). Petro no encaja en ninguno de los dos bandos. Su falta de liderazgo fue evidente cuando no logró movilizar a la Celac, el foro regional que preside, para condenar las amenazas militares de Trump contra Maduro.

El hecho es que Latinoamérica enfrenta una gran transformación, resultado de una ambiciosa Casa Blanca que busca reafirmar el hemisferio occidental como su esfera de influencia y el propio superciclo electoral de la región para el próximo año.

Nada ilustra mejor este cambio que los letales ataques de EE.UU. contra pequeñas embarcaciones que, según se informa, transportaban drogas a través del Caribe, llevados a cabo con escaso respaldo legal.

Las tensiones por el Canal de Panamá, la competencia para eliminar cualquier influencia china en la región, el uso de aranceles como castigo por desacuerdos políticos y el renovado impulso para derrocar a Maduro son claras señales de una Casa Blanca que, para bien o para mal, ha redescubierto su vecindario tras décadas de abandono.

Sea cual sea la gran estrategia del presidente Trump para el hemisferio occidental, aprenderá rápidamente que interferir en un conflicto, por ejemplo, intentar arreglar la aparentemente indomable economía de Argentina, también implica asumir las consecuencias. Quizás debería pensarlo dos veces antes de actuar.

Los líderes latinoamericanos, por su parte, tendrán que decidir si valoran esta renovada atención o simplemente la eluden, aprovechando el carácter transaccional de la Casa Blanca. Lo cierto es que este no es momento para la vacía bravuconería ideológica de Petro.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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