La batalla de Paul McCartney contra la IA debería provocar una revolución

Paul McCartney
Por Parmy Olson
02 de marzo, 2025 | 10:08 AM

Bloomberg — Paul McCartney está furioso. Al igual que Kate Bush, Elton John y unos mil músicos más, que han lanzado esta semana un álbum silencioso, realizado con grabaciones en estudios de música vacíos, como protesta por los cambios propuestos por Gran Bretaña a su ley de derechos de autor.

El Reino Unido, el país que nos dio a los Beatles y a los Rolling Stones, ahora pretende facilitar que las empresas tecnológicas adiestren a la inteligencia artificial con esa labor creativa, para permitirles usarla por defecto sin pagar.

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Si no les gusta a los creadores, deben excluirse. No es sorprendente que los artistas odien la idea, que revierte un principio cardinal de la ley de derechos de autor: antes de usar la obra de alguien hay que pedir permiso.

Los grupos del sector aseguran que los cambios planteados pondrían en peligro el medio de vida de cantantes y editores y conducirían a una rábida explotación del trabajo sin remuneración.

La indignación entre los artistas no favorece en absoluto al Gobierno inglés, ni el hecho de que haya enmarcado sus propuestas en una “consulta” a las industrias creativas en un momento en el que ya parecía dispuesto a ceder ante las empresas tecnológicas. Sin embargo, hay esperanzas de encontrar una solución. Tal vez incluso rentable.

En vez de lanzarse precipitadamente a reescribir la ley, los británicos deberían tratar de experimentar con modos de construir un nuevo mercado comercial para la concesión de licencias. Un buen punto de partida sería presionar a las empresas de tecnología para que sean más transparentes.

Por ejemplo, en el caso de gigantes tecnológicos como Google (Alphabet Inc.) (GOOGL), Meta Platforms Inc. (META) y OpenAI, estos deberían responder a las peticiones de los editores de libros o los estudios cinematográficos para que revelen cualquier contenido empleado para entrenar un modelo de IA. Cuando respondan, ambas partes podrán entablar conversaciones sobre una compensación justa.

De este modo se aprovecharían algunos de los contratos ad hoc que OpenAI y otras empresas tecnológicas ya han establecido con editoriales como News Corp. y Axel Springer SE, por valor de decenas de millones de dólares.

“Soy consciente de que se trata de una conversación comercial difícil para todas las partes”, afirma Dan Conway, que dirige la Asociación de Editores del Reino Unido. “Eso requiere una buena gestión”.

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Entra en escena el primer ministro Keir Starmer, que tendrá que presionar a las empresas tecnológicas para que cooperen. El gobierno del Reino Unido puede y debe sacar provecho de sus buenas relaciones con Google, cuyo jefe de inteligencia artificial, Demis Hassabis, es británico y ha vivido en Londres toda su carrera.

Gran Bretaña también puede trabajar a partir de un modelo que ya tiene en la ley de privacidad. Durante años, los ciudadanos británicos han podido hacer “solicitudes de acceso a los datos personales” a cualquier empresa, que debe revelar cualquier dato privado que tenga sobre esa persona.

Los artistas con sede en el Reino Unido podrían hacer lo mismo con las empresas tecnológicas que han recopilado su trabajo para capacitar a la IA, y tener la seguridad de recibir una respuesta.

Esto implica mucho trabajo a tientas. Prácticamente no hay precedentes en la historia comercial (más allá del acto de pagar por obras protegidas por derechos de autor) en los que se haya exigido a las empresas que paguen por recursos que ya han utilizado, de forma retroactiva. Y los incentivos para hacerlo no son muy buenos sin un empujón de las autoridades.

Tampoco ayuda el hecho de que, desde que el Partido Laborista entró en el gobierno el pasado mes de julio, su enfoque de la IA ha sido un tanto confuso. En parte, esto fue una reacción a lo que había sucedido antes.

El ex primer ministro conservador Rishi Sunak, un autoproclamado “hermano de la tecnología”, que se formó en la Universidad de Stanford y tenía una casa de vacaciones en California, intentó posicionar al Reino Unido como una fuerza policial tecnológica global.

Esa ambición quedó relegada más recientemente a favor de la IA como motor de crecimiento y, a principios de este mes, el Reino Unido se unió a los EE.UU. al negarse a firmar un acuerdo emitido por una cumbre mundial sobre IA, celebrada en París, que prometía un enfoque “abierto” y “ético” hacia la IA.

Ahora, con el lanzamiento de su consulta sobre derechos de autor , que cerró esta semana y tenía como objetivo abordar la falta de certeza jurídica en torno al uso de trabajos con derechos de autor para IA, nadie en el gobierno parece haber considerado la óptica de iniciar una pelea con nombres famosos, desde Dua Lipa hasta Ed Sheeran y Andrew Lloyd Webber.

Los artistas furiosos han demostrado ser una poderosa fuerza de movilización y la oposición se ha sumado a la iniciativa.

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La líder conservadora, Kemi Badenoch, ha calificado las propuestas de “desorden”. Por su parte, los expertos del gobierno afirman que fue un error sugerir en el documento de consulta que el Reino Unido prefería la opción de “exclusión voluntaria”, y que no se ha tomado ninguna decisión final.

Un problema es que los derechos de autor recaen entre el Departamento de Cultura, dirigido por Lisa Nandy, y el Departamento de Ciencia y Tecnología, con Peter Kyle a la cabeza; algunos en la esfera creativa argumentan que el primero ha estado defendiendo sus derechos con menos fuerza que el segundo promoviendo a las grandes tecnológicas.

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Esperemos que la ruidosa protesta sirva de estímulo para que el gobierno británico tome las riendas. Gran Bretaña no debería apresurarse a reescribir sus leyes, sino centrarse en la oportunidad única que tiene de acoger en un mismo lugar a algunos de los mejores profesionales creativos, creadores de tecnología y responsables políticos del mundo.

Tiene la oportunidad de crear un mercado pionero de licencias para la inteligencia artificial y el contenido creativo. Debería impulsar a las empresas tecnológicas a revelar qué obras han utilizado, de forma similar a lo que ya hacen con los datos personales. Eso también podría ayudar a las empresas a explotar contenido de alta calidad.

Si el Reino Unido puede hacer que un experimento como este funcione, podría convertir un desastre en una oportunidad.

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Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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