La obsesión de Trump con América hace peligrar el estatus de EE.UU. como superpotencia

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Donald Trump
Por Andreas Kluth
08 de octubre, 2025 | 08:08 AM

Mientras la administración Trump sopesa atacar Venezuela y derrocar a su régimen, un modelo que se inició con Groenlandia y Canadá en el norte y Panamá en el centro se perfila con mayor detalle. Lo llamaré “hemisferismo”.

Desde el punto de vista geopolítico, constituye un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos que Susan Rice, exasesora de seguridad nacional, ha calificado como “suicidio de una superpotencia: pasamos de ser una superpotencia mundial a una gran potencia regional”.

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Este “hemisferismo” ya no se asemeja tanto a la antigua Doctrina Monroe (que consistía en mantener a las potencias europeas fuera de América) como a la mentalidad cínica y maquiavélica con la que las grandes potencias del siglo XIX, o más tarde en la Conferencia de Yalta, se repartieron el mundo en esferas de influencia con el fin de dominar lo que consideraban suyo.

Desde su segundo juramento como presidente, Donald Trump ha señalado constantemente que esta mentalidad —en lugar de, digamos, un aislacionismo generalizado— describe mejor sus instintos en política exterior. Y como Estados Unidos no tiene por qué controlar ninguno de los extremos de Eurasia (que, presumiblemente, quedarían en manos de Rusia y China), le corresponderá el hemisferio occidental, gracias a Dios.

Así, pues, ha amenazado sin disimulo con anexionar a su vecina Canadá como el estado número 51; con arrebatar Groenlandia a Dinamarca, que tradicionalmente ha sido uno de los aliados más leales de EE.UU.; y con “recuperar” el Canal de Panamá.

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Además, rebautizó el Golfo de México como Golfo de América, usa El Salvador como su colonia penal y hace comentarios sobre la política interna brasileña como si estuviera criticando a los Biden.

En cuanto al impacto, el hostigamiento por parte de Trump hacia Canadá y Groenlandia se sitúa en lo más alto, ya que son muy buenos amigos y la ofensiva parece sorprendentemente injustificada.

Entretanto, los gestos y acciones dirigidos hacia el sur tienen que ver con dos de los fantasmas nacionales de Trump. Por un lado, la epidemia de drogas que mata a decenas de miles de estadounidenses todos los años y, por otro, la población migrante que llegó en su mayor parte a través de la frontera sur.

El hombre de la administración Trump que se muestra más entusiasta con estos temas es Stephen Miller, consejero del presidente y asesor de seguridad nacional.

En esta capacidad, ahora ha asumido un papel inusualmente importante en la campaña contra Venezuela, junto con Marco Rubio, hijo de inmigrantes cubanos y actual secretario de Estado y asesor de seguridad nacional, pero en contraposición a Richard Grenell, un diplomático partidario de MAGA que ha estado practicando una diplomacia más tradicional con Caracas entre bastidores.

La narrativa de Miller y sus asociados, es que Venezuela, en efecto, está librando una guerra contra EE.UU., lo que exige una respuesta militar estadounidense.

Muchos de los migrantes, según su argumento, son miembros de una banda criminal transnacional que Trump ha designado como organización terrorista extranjera y, por lo tanto, son “enemigos extranjeros” de acuerdo con una ley que data de 1798 y blanco fácil de deportación o algo peor.

El presidente Nicolás Maduro (a quien los tribunales estadounidenses han acusado formalmente de tráfico de drogas) dirige el Estado de Venezuela como si fuera un gigantesco cártel de la droga, dicen, lo que significa que debería estar en la mira de EE.UU. Además, Maduro manipuló las elecciones de 2024 y, de todos modos, es ilegítimo.

Rubio está en contacto con líderes de la oposición que podrían asumir el poder en caso de un cambio de régimen.

Bajo la dirección de Miller, Estados Unidos ya ha bombardeado varias embarcaciones pequeñas y desarmadas en el Caribe, matando a más de una docena de civiles a bordo, que podrían o no ser narcotraficantes.

El vicepresidente J. D. Vance describió estos ataques como “el mejor y más elevado uso de nuestras fuerzas armadas”. Otros conocedores del tema (incluidos algunos republicanos) los consideran ejecuciones ilegales y extrajudiciales.

Mientras tanto, Estados Unidos ha reunido una armada cerca de Venezuela, además de numerosos aviones de combate en Puerto Rico y otras unidades.

“Los haremos desaparecer”, le dijo Trump a Venezuela la semana pasada en las Naciones Unidas. “Veremos qué pasa con Venezuela”, reflexionó a la prensa esta semana. Maduro acaba de firmar un decreto para otorgarse poderes de emergencia en caso de una invasión estadounidense.

Maduro es, sin duda, ilegítimo y uno de los líderes más despreciables del mundo, y casi nadie lamentaría su partida. Por otro lado, también lo es Alexander Lukashenko en Bielorrusia, por ejemplo, y muchos otros que serían villanos igual de convincentes al estilo James Bond. Pero Trump no los persigue.

Además, la narrativa de que Venezuela es un estado narcoterrorista no es errónea, pero tampoco proporcional. La mayor parte del fentanilo en Estados Unidos proviene de México; la mayor parte de la cocaína, de Colombia.

Mientras EE.UU. hace sonar sus poderosos sables en el Caribe, dos pensamientos deberían preocupar a todos aquellos que se preocupan por el papel de ese país en el mundo.

En primer lugar, los medios de Trump claramente vulneran o violan el derecho internacional y nacional (el presidente de Colombia declaró ante la ONU que quiere que Trump enfrente un proceso penal).

Esto se ajusta a un patrón de Trump de abuso de las fuerzas armadas estadounidenses. “Deberíamos usar algunas de estas ciudades peligrosas como campos de entrenamiento para nuestro ejército”, declaró esta semana ante unos 800 generales y almirantes, refiriéndose a las ciudades de EE.UU.

En segundo lugar, la administración Trump claramente está desviando recursos, energía y atención hacia las Américas desde otras regiones, en particular Europa y Asia. Se rumorea que este doble “pivote” está a punto de formalizarse en la próxima estrategia de defensa nacional.

Este documento, redactado bajo la supervisión de Elbridge Colby, el principal pensador político del Pentágono, debía reflejar inicialmente su convicción de que EE.UU. debía retirarse gradualmente de Europa y Medio Oriente para concentrarse en la crucial contienda con China en el Indopacífico. Ahora, Colby parece haber perdido ante los hemisferistas de la administración.

En ambos sentidos, Trump está llevando a la antigua superpotencia mundial por el mal camino.

Centrarse en el hemisferio americano a expensas de otros continentes es un error, afirma Rice, la antigua asesora de seguridad nacional, porque “el resto del mundo no se ha ido de vacaciones”. Y despreciar el derecho internacional, así como los valores tradicionales estadounidenses, al intimidar a sus vecinos rebaja a EE.UU. al nivel de Rusia y China.

La administración Trump podría fácilmente, si quisiera, derrocar el régimen en Venezuela, al igual que podría anexar Canadá o Groenlandia por la fuerza bruta. Pero hacerlo no solo sería imprudente y erróneo, sino también antiestadounidense.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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