La postura de Trump como “el hombre de acero” debilita a Estados Unidos

La postura de Trump como “el hombre de acero” debilita a Estados Unidos.
Por David Fickling
11 de febrero, 2025 | 06:29 AM

Si se pretende reducir el comercio entre países y las relaciones exteriores a demostraciones de poder, tarde o temprano se terminará peleando por el acero.

Este metal, sólido, inflexible, anticorrosivo y básico para la fabricación de artefactos viriles como rascacielos, automóviles y armas, está asociado de forma innegable a imágenes de fuerza.

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En el 2024, el presidente Trump se inspiró en esa imagen retocada en su cuenta de Truth Social, en la que se mostraba a sí mismo como Superman, conocido como el Hombre de Acero.

Muchos otros líderes autocráticos tuvieron la misma idea.

El revolucionario de Georgia, Iosif Vissarionovich Dzhugashvili optó por la palabra rusa para el acero a la hora de acuñar el nombre de guerra, por el que es más célebre: Stalin.

Cuando la Italia fascista se alió militarmente con la Alemania nazi unos meses antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, Mussolini lo denominó el “Pacto de Acero”.

Pero no hay que equivocarse: intentar proteger las industrias siderúrgicas y del aluminio como forma de consolidar la nación es un proyecto destinado al fracaso que debilitará a EE.UU. en lugar de fortalecerlo.

Gráfica de producción de aluminio en EE.UU.

Los aranceles del 25% sobre los metales importados serán tan ineficaces para fomentar la producción nacional como la ronda anterior de restricciones que inició en 2018. Desde entonces, la capacidad de producción estadounidense de aluminio ha caído un 32%, mientras que la de acero ha bajado un 3,6%. Solo un rey loco esperaría un resultado diferente al intentar hacer lo mismo otra vez.

Si la última ronda de gravámenes se introduce realmente (es una incógnita, dada la frenética política de ida y vuelta de las últimas semanas en Washington), solo servirá para perjudicar a los productores y consumidores tanto de Estados Unidos como de sus aliados. El resultado indirecto disminuirá la capacidad de esos países para fabricar su propio metal. Rusia y China deben estar frotándose las manos de alegría.

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A diferencia de, por ejemplo, los teléfonos móviles, las computadoras, la maquinaria y los bienes de consumo, Estados Unidos no obtiene gran parte de estos productos de sus rivales geopolíticos. En cambio, proceden abrumadoramente de aliados y países a los que Estados Unidos necesita mantener de su lado, sobre todo en un momento en que no puede permitirse el lujo de enfrentarse solo a la creciente ola de autoritarismo.

Canadá y México, la Unión Europea, Brasil, Corea del Sur, Japón y Taiwán juntos representan el 80% de las importaciones estadounidenses de acero. Si a esto le sumamos Bahréin, Catar y los Emiratos Árabes Unidos (sede de tres de las mayores bases militares estadounidenses en el extranjero), tenemos también alrededor del 70% del aluminio importado.

Gráfico de importaciones de acero de alidados.

Los dos metales también son algunos de los sectores más ampliamente protegidos de Estados Unidos: además de los aranceles de la administración Trump de 2018, son objeto de casi la mitad de las 736 órdenes y acuerdos antidumping (si una empresa exporta un producto a un precio inferior al que aplica normalmente en el mercado de su propio país,) y de derechos compensatorios actualmente en vigor.

Este comercio no es, como parece creer Trump, un juego de suma cero global, sino un aspecto crucial para mantener industrias rentables en una gama de aliados.

Gráfico de antidumping

Los sectores del aluminio de Estados Unidos y Canadá, en particular, funcionan como una sola industria más o menos integrada: Canadá utiliza su energía hidroeléctrica barata y limpia para fundir nuevo metal y convertirse en el mayor exportador mundial de bloques recién fundidos, mientras que Estados Unidos utiliza su vasto mercado de consumo para ser el mayor exportador de chatarra para fabricar aluminio reciclado.

Esto no debe descartarse como un mero “desperdicio”: ese aluminio reciclado satisface alrededor de un tercio de la demanda mundial. Los productores de cada país pueden utilizar el comercio como un valor de seguridad para mantener sus propias ganancias, sin desperdiciar capital en laminadores y fundiciones donde los aliados ya tienen capacidad de sobra.

Si quedaba alguna duda sobre la incoherencia de esta política, hay que tener en cuenta que los comentarios de Trump sobre los aranceles se produjeron apenas horas después de un anuncio conjunto con el primer ministro de Japón, Shigeru Ishiba, de que Nippon Steel Corp. invertirá en United States Steel Corp. Esa propuesta rescata algunos restos de un acuerdo de una adquisición discutida que fue bloqueada por las administraciones de Biden y Trump.

Sin embargo, aproximadamente una cuarta parte de los ingresos de US Steel se obtienen en Europa, que también es la mayor fuente de importaciones de acero estadounidense después de Canadá.

Si se imponen los aranceles de Trump y Bruselas inevitablemente reacciona con sus propias restricciones, ¿por qué demonios Nippon Steel seguiría adelante y gastaría dinero en una empresa cuyo mayor mercado de exportación se ha visto envuelto en otra guerra comercial?

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Gráfico del aluminio importado de EE.UU.

El mensaje de cómo ese Pacto de Acero, ya desaparecido hace mucho tiempo, aceleró el descenso del siglo XX hacia la locura no es puramente retórico. El éxito en la derrota de las potencias del Eje dependió fundamentalmente de la apertura de los Aliados al comercio.

Estados Unidos envió US$180.000 millones (en dólares de 2016) en bienes y servicios a la Unión Soviética durante el curso de la guerra. Italia y Alemania, por otro lado, apenas comerciaban entre sí, aparentemente convencidas de que la autosuficiencia era el camino más seguro hacia la victoria.

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Allí hay una lección de historia económica para todos los partidarios del racismo y del saludo romano que se pasean por Washington estos días. A pesar de toda la fanfarronería de las potencias del Eje, fue el liberalismo moderado y procomercial el que terminó ganando. Los fascistas, merecidamente, perdieron.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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