El parlamentario británico Mark Sewards, representante de la ciudad norteña de Leeds, presentó hace poco el que él llama el primer prototipo de IA de un miembro del parlamento del país.
Y ahí empezó la polémica.
Los usuarios de X han sido los más duros, tildando a Sewards de “vago” y calificando el proyecto de “atroz”. La prensa se burló de su chatbot “raro” e “indeciso”, quejándose de que no era capaz de entender el acento de Leeds.
Por otra parte, la mayoría de los políticos esquivan las preguntas con respuestas robóticas, y muchos no captarían el marcado acento del norte de Inglaterra.
“El hijo de mi vecino ha bloqueado el callejón trasero con un sofá viejo y no hace nada al respecto” (“Me neighbour’s lad’s blocked’t ginnel at’t back wi an old settee and he won’t do owt about it,”), le preguntó en un momento dado un periodista de The Guardian al bot de Sewards.
La inteligencia artificial le sugirió que llamara a la policía para denunciar un vehículo abandonado, lo que fue una respuesta mejor de la que hubiera dado yo.
El parlamentario laborista de 35 años es precursor en el uso de la inteligencia artificial para obtener más rendimiento de su trabajo. Cada vez son más las personas que recurren a la IA para crear réplicas digitales de sí mismos y hacer su trabajo a mayor escala. El influencer de derecha Dave Rubin tiene incluso un clon de IA que presenta su programa de YouTube mientras él está de vacaciones este mes.
Esto tiene unos costos evidentes, desde el deterioro de la autenticidad hasta la menor calidad de los servicios. Sin embargo, no hay que olvidar los beneficios que supone para aquellas personas con recursos limitados, a quienes los chatbots ofrecen una nueva forma de interactuar con otros, por muy distópico que nos resulte a los humanos.
Aunque reconozco que tengo mis dudas sobre los efectos secundarios que la IA generativa está causando, desde una erosión del pensamiento crítico hasta los apegos tóxicos, el portavoz de Sewards señala que su nuevo chatbot es una “adición” a las formas en que las personas pueden comunicarse con él, como el email y el buzón de voz, y eso me parece una forma razonable y útil de sacarle provecho a la IA.
Para quienes se lucran con su experiencia, los clones ofrecen una vía para expandir su negocio.
Brodie Sharpe es fisioterapeuta en Melbourne, Australia, con una vena emprendedora. Tras sufrir una lesión crónica al correr, no solo comenzó a tratar a personas con el mismo problema, sino que grabó 157 episodios del podcast “Superando la tendinopatía proximal de los isquiotibiales” para hablar sobre el tema en profundidad y captar nuevos clientes.
Hace aproximadamente un año, le pagó a un desarrollador AUD$2.000 (US$1.300) para entrenar a un chatbot en algunos de esos episodios y en investigaciones académicas sobre la lesión. Luego anunció que los oyentes de su podcast podrían acceder a “consejos personalizados” de un nuevo asistente de inteligencia artificial por AUD$8,99 (US$5,84) al mes.
Durante el último año, alrededor de 50 personas se han suscrito al asistente, preguntándole sobre todo tipo de temas, desde los beneficios del rodillo de espuma hasta cómo entrenar para una media maratón con la lesión PHT.
Sharpe me cuenta que le está generando AUD$650 (US$421,82) adicionales al mes en ingresos pasivos, y después de los gastos de instalación, solo ha pagado AUD$20 (US$12,98) en el último año por el uso de datos para mantenerlo en funcionamiento. Los ingresos no son una fortuna, pero este trabajo extra podría crecer.
Con el tiempo, entrenará al chatbot para que use los consejos que da a sus clientes en las llamadas de Zoom. ¿Qué pasa si les dice algo con lo que no está de acuerdo? “Me parece bien”, dice, y añade que el bot está diseñado para replicar investigaciones de alta calidad más que el propio Sharpe. “Lo que cree debe ser de buena calidad”.
Por supuesto, existe una delgada línea entre el emprendimiento audaz y el exceso.
Deepak Chopra lanzó el año pasado un “gemelo digital” que cuesta unos pocos dólares, y tras 95 libros, una marca global y una vasta fortuna a su nombre, esto se siente menos como innovación y más como un ejercicio de crecimiento personal.
Luego está la influencer de Snapchat Caryn Marjorie, quien se hizo millonaria a los 24 años tras lanzar un bot que cobraba US$1 por minuto.
Con el tiempo, quizá seamos los más ricos quienes tengamos el privilegio de hablar con expertos humanos, mientras que el resto se relaciona con clones de inteligencia artificial.
Aun así, es innegable que el mundo se está enganchando rápidamente a los chatbots.
Más de 700 millones de personas usan ChatGPT una vez a la semana, y la cifra total probablemente supere los mil millones si se incluyen quienes usan asistentes de IA de Google, Alphabet Inc. (GOOGL), y Meta Platforms Inc. (META).
A medida que las personas se acostumbren a hablar con máquinas, no será difícil que algunas las usen como puente hacia su experiencia. Esto podría ampliar todo ese conocimiento y aliviar la carga de trabajo, si se usa con prudencia. Si se usan mal, convertirán nuestros encuentros en imitaciones baratas.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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