Bloomberg — Considerando incluso los alocados vaivenes que emanan actualmente de la Casa Blanca, la política de EE.UU. hacia Venezuela se distingue por su incoherencia.
La administración Trump, en menos de dos meses, ha cambiado de un compromiso con el régimen del dictador Nicolás Maduro y un acuerdo migratorio entre sonrisas, a un súbito retorno de la estrategia de máxima presión con la suspensión del permiso de Chevron Corp. (CVX) para operar en el país, un duro golpe para la economía venezolana.
El anunciado reinicio de los vuelos de deportación al país sudamericano la semana pasada es otro cambio de rumbo en el plan de acción de la Casa Blanca.
Este zigzagueo es un reflejo, en cierta medida, de la profunda división existente en el seno del Gobierno de Estados Unidos y, en términos más generales, entre los observadores de Venezuela, respecto a cómo tratar a Maduro: tras robar las elecciones del 2024 adulterando de forma descarada los resultados que daban la victoria a Edmundo González, el régimen dejó claro que se resistirá a ceder el poder cueste lo que cueste.
¿Debe la comunidad internacional endurecer su postura contra Maduro? ¿O bien ceder a la realpolitik y sentarse a dialogar con el autócrata caraqueño para hallar puntos en común?
Desenredar este rompecabezas precisa honestidad y realismo: en años recientes, ni el compromiso ni la máxima presión han despejado el camino hacia la transición política venezolana.
Serán necesarios tanto incentivos como sanciones, y hay que sospechar de quienes aseguran tener una fórmula perfecta para poner fin a esta tragedia; porque no la hay.
Ojalá me equivoque, pero es muy probable que de aquí a diez años sigamos preguntándonos cómo resolver uno de los conflictos más atroces y costosos que ha sufrido esta región.
Sin embargo, al mismo tiempo, la experiencia sugiere varias pautas para cualquier país interesado en impulsar el cambio democrático que los venezolanos merecen.
Primero, la presión sobre el régimen debe continuar; segundo, deben evitarse las sanciones que perjudican a la población en general en lugar de apuntar a la élite gobernante.
Y tercero, cualquier estrategia inteligente debe centrarse en dividir las altas esferas del chavismo, aisladas de las dificultades cotidianas del país, de sus simpatizantes y partidarios militares que han soportado los altos costos de las políticas corruptas del régimen.
Finalmente, cualquier estrategia debe aceptar que aquellos en el poder solo permitirán una apertura política si los beneficios para ellos superan sus costos (incentivos que no existen ahora). Salvo una intervención militar con pocos defensores, un acuerdo político es una condición necesaria para salir del estancamiento.
Para Trump, esto significa adoptar una estrategia disciplinada y multidimensional que requerirá tiempo y paciencia para elaborar, a diferencia del actual vaivén político.
Tras el desastroso intento de construir un gobierno paralelo en torno a Juan Guaidó durante su primera presidencia, es comprensible que Trump quiera adoptar el enfoque opuesto: llegar a un acuerdo con Maduro que le permita tomar vuelos de repatriación y liberar a prisioneros estadounidenses a cambio de una entente táctica.
Trump admira a hombres fuertes como Maduro, y podría beneficiarse políticamente de una menor migración venezolana sin preocuparse por argumentos morales. Eso fue lo que intentó con la visita de su enviado para misiones especiales, Richard Grenell, a Caracas en los primeros días de su administración.
Pero Grenell cometió un error histórico al afirmar abiertamente que Trump no busca un cambio de régimen en Venezuela. Esto fortaleció la posición de Maduro a cambio de nada y decepcionó a millones de votantes latinos que habían apoyado la victoria electoral de Trump.
Los bruscos cambios de rumbo de Trump en la política hacia Venezuela tienen vínculos más que casuales con la política de Florida, con sus grandes diásporas cubanas y venezolanas.
Junto con la cancelación del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) para varios cientos de miles de venezolanos que ya se encuentran en Estados Unidos, estas decisiones sin duda tendrán un impacto en la población latina del Estado del Sol, una limitación importante para el enfoque ultrarrealista de Trump.
De ahí esas cuatro directrices: si Maduro no considera que usurpar el poder tiene sus inconvenientes, cualquier política, incluido el diálogo, será cuesta arriba. Que Trump ignore esto sería como intentar derrotar a Maduro en sus propios términos; no sucederá.
Al mismo tiempo, retirar a Chevron del complejo petrolero venezolano es un error: no perjudicará significativamente a la élite y probablemente dañará la economía en general. La experiencia demuestra que Maduro y sus secuaces pueden proteger sus negocios y su dinero incluso cuando los venezolanos más pobres pagan el precio de las sanciones.
Cuanto mejor esté la economía, más probable será una transición, porque hay más bienestar en juego, no lo contrario.
El tercer punto destaca las divergencias entre el mando chavista y sus partidarios, particularmente dentro del ejército: la vida cotidiana de estos últimos no tiene los lujos que disfruta la élite política; la tropa sabe que el rumbo actual conduce al desastre.
Cabe preguntarse cuántos de ellos apoyaron en secreto a la oposición durante las elecciones. Ampliar estas diferencias y lograr que la base del chavismo confíe en las alternativas políticas será crucial para asegurar el apoyo militar necesario para un cambio de régimen.
Finalmente, la resolución de este conflicto solo admite dos opciones: violencia o negociación política. La historia sugiere que incluso los escenarios más complejos pueden culminar en transiciones políticas exitosas, siendo Chile, bajo el general Augusto Pinochet, el mejor ejemplo en 1990.
Algo similar para Venezuela es, por supuesto, actualmente imposible: la oposición liderada por María Corina Machado, con razón, quiere lo que ganó en las urnas tras años de humillaciones, acoso y juego sucio.
El chavismo, por su parte, no puede arriesgarse a ceder el poder a un grupo que busca venganza y revancha. Sin embargo, tarde o temprano, ambas partes tendrán que llegar a algún tipo de acuerdo mutuo. Hasta que lo hagan, el estancamiento de una década en Venezuela persistirá.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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