Marco Rubio ha llegado a la cima de un mundo en llamas

Marco Rubio ha llegado a la cima de un mundo en llamas.
Por Andreas Kluth
09 de junio, 2025 | 08:58 AM

A estas alturas del segundo mandato de Donald Trump como presidente, Marco Rubio está llegando más alto de lo que muchos pronosticaban. No obstante, al mismo tiempo se muestra cada día más débil y abatido. Esto nos lleva a plantearnos dos preguntas.

En primer lugar, ¿en qué está pensando Rubio?, y en segundo lugar, ¿quién, si es que hay alguien, está realmente dirigiendo la diplomacia y el arte de gobernar en nombre del presidente estadounidense?

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Al elegir Trump al entonces senador, un antiguo rival por la nominación republicana en 2016, como secretario de Estado, los expertos en política exterior de Washington supusieron que Rubio se convertiría en uno de los primeros en ser expulsado de la administración.

Las diferencias de visión del mundo entre los dos eran demasiado marcadas: el nihilismo transaccional y autócrata de Trump versus las nociones militaristas y a menudo moralistas sobre el excepcionalismo y el liderazgo de Estados Unidos que Rubio defendía.

Tampoco ayudó a que Rubio, a diferencia de otros candidatos de Trump, estaba casi sobrecalificado en su campo; a Trump no le gustan los sabelotodo en la habitación.

Sin embargo, el primer miembro de alto rango de la administración en ser degradado (mediante un traslado al relativo exilio de la ONU en Nueva York) fue el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz. El que más peligro corre de ser el próximo es Pete Hegseth, el siempre imprudente y propenso al caos secretario de Defensa.

Rubio, en cambio, no solamente ha conservado el Departamento de Estado, sino que ha agregado, al menos temporalmente, la cartera de Waltz supervisando el Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por sus siglas en inglés). La única otra persona que ocupó ambos puestos de forma sincronizada fue Henry Kissinger.

Además, Rubio dirige los restos esqueléticos de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), tras supervisar su demolición, un acto de vandalismo geoestratégico que el antiguo Rubio habría denunciado con vehemencia.

Por si fuera poco, también dirige la Administración Nacional de Archivos y Registros (NARA, por sus siglas en inglés), aunque dudo que esté archivando gran cosa.

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El principal secreto de su éxito hasta la fecha reside en su disposición a abandonar todo orgullo y principios para adular a Trump. En la exégesis de Saturday Night Live, el presidente espera que Rubio sea su “buenito Marco” y lo recompensa nombrándolo GOAT (el más grande chivo expiatorio de todos los tiempos, pero sigue siendo un chivo expiatorio).

Y así, el hombre que como senador despotricó contra Moscú y apoyó a Kiev, hoy se hunde obedientemente en un sofá del Despacho Oval mientras Trump vilipendia al presidente ucraniano en directo. El que en otro tiempo fuera promigrante, hijo de exiliados cubanos, es ahora un guerrero MAGA que defiende la frontera sur contra las hordas invasoras.

El experto en relaciones internacionales que solía apreciar el poder blando, hoy promete con regocijo “revocar agresivamente” las visas de los estudiantes chinos en las universidades de EE.UU.

Rubio es igual de celoso en la desmantelación de las burocracias que dirige, pero que MAGA considera parte del estado profundo. Tras desmantelar USAID, también ha distanciado a muchos diplomáticos de carrera del servicio exterior, ya sea en nombre de la reducción de gastos, la reforma anti-DEI (diversidad, equidad, inclusión) o las relaciones laborales.

Poco después de asumir el cargo de asesor de Seguridad Nacional, redujo a la mitad el consejo despidiendo a un centenar de personas, dejando escapar valiosos conocimientos sobre Oriente Medio y otros puntos conflictivos.

Todo esto concuerda con el mensaje y el estilo de Trump, que Rubio ha hecho suyos.

Mientras que Kissinger consideraba que el propósito del Consejo de Seguridad Nacional era dar recomendaciones al presidente, y sucesores como Brent Scowcroft lo definieron como ofrecer opciones, no recomendaciones, Rubio lo entiende como afirmar los caprichos del presidente.

La dotación de personal tanto en el Departamento de Estado como en el Consejo ahora depende relativamente menos de la experiencia y más de la lealtad al presidente. (En el peor de los casos, según se rumorea, Rubio podría llegar a ceder el NSC a Stephen Miller, un agitador de Trump sin cualificaciones notables para el cargo). Cada vez más, estos no son los mejores ni los más brillantes, sino el resto y los menos preparados.

Por encima de todo este dinamismo se cierne otra paradoja: Rubio, a pesar de todos sus títulos, no es visiblemente el principal diplomático de EE.UU., ese sería Steve Witkoff, un magnate inmobiliario a quien Trump ha nombrado enviado especial para todo tipo de crisis internacionales.

Es Witkoff, no Rubio, quien ha liderado las negociaciones con Rusia sobre Ucrania, con Irán sobre su programa nuclear y con Israel y Hamás sobre Gaza.

Como señala John Bolton, uno de los cuatro asesores de seguridad nacional del primer mandato de Trump, Witkoff no solo carece de experiencia evidente en ninguno de estos asuntos, sino que su conexión con el secretario de Estado Marco Rubio no es clara.

Witkoff, además, es solo uno de los varios enviados que se apropian de la cartera de Rubio, mientras que otros tienen competencias imprecisas que abarcan desde Venezuela hasta Medio Oriente y Gran Bretaña.

Los miembros de mayor rango de los comités de política exterior de la Cámara de Representantes y el Senado han contabilizado al menos seis de estos nombramientos especiales y han escrito a Rubio exigiendo aclaraciones sobre quién hace qué.

Trump también ha designado a sus compinches como embajadores, donde las misiones extranjeras tienen embajadores, y podría escucharlos más que a su secretario de Estado. En la medida en que la política comercial sea una herramienta de seguridad nacional, Rubio no tiene voz ni voto.

Desde esta perspectiva, las victorias de Rubio en sus primeros mandatos parecen vacías, por no decir pírricas. Si su cálculo al entrar en la administración fue posicionarse para postularse a la presidencia después de Trump, su plan podría ser contraproducente.

En primer lugar, la gente notará que el Rubio de ahora no se parece en nada al Rubio de entonces, y a los votantes no les gustan los traidores abiertamente oportunistas. En segundo lugar, es improbable que siga haciendo un buen trabajo.

Un secretario de Estado debería estar viajando por todo el mundo, visitando consulados, capitales y conflictos; un asesor de seguridad nacional debería estar cerca de la sala de crisis o en el Air Force One, informando al presidente. Un secretario debería dirigir el departamento que en un principio dirigió Thomas Jefferson; un NSA batallar por coordinar con todas las agencias relevantes.

Por ahora, Rubio podría simplemente estar adaptándose a la corriente, adaptándose al capricho de su jefe. Esa también es una habilidad que ha forjado las carreras de muchos diplomáticos, pero también ha arruinado a muchos más.

Para los estadounidenses y la gente de cualquier lugar, las perspectivas profesionales de Rubio no deberían ser la mayor preocupación.

Sería, en cambio, la cuestión de quién le habla con sentido geopolítico, estratégico, militar y diplomático a un presidente que cree no necesitar consejos, incluso cuando tiene en sus manos el poder de determinar la guerra y la paz en muchos lugares. La posibilidad más aterradora, si Rubio no puede o no quiere desempeñar ese papel, es que nadie lo haga.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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