Si sus padres dispusieran de dinero extra, ¿ayudaría eso a los niños pobres? De forma intuitiva, la respuesta es sí. No solo cualquier padre o madre puede dar fe del coste que supone criar a un hijo, sino que también los investigadores pueden apuntar a diversas formas en las que la pobreza deja una huella.
Sin embargo, recientemente, una serie de noticias y comentarios han afirmado que, en realidad, la respuesta es no: el dinero no hace la diferencia.
Esta pregunta se plantea en un estudio de investigación en curso que ha proporcionado dinero en efectivo mensualmente a madres pobres desde el nacimiento de sus hijos y no ha hallado ningún impacto significativo en el desarrollo infantil transcurridos cuatro años.
Se trata de un hallazgo conveniente para los grupos conservadores que se han opuesto desde hace mucho tiempo a las transferencias de dinero en efectivo sin ninguna condición.
Según estos grupos, su argumento en contra de enviar dinero a las familias con hijos en situación de pobreza no tiene que ver con el carácter de la madre, su ética de trabajo o su estado civil. Se trata simplemente de una cuestión de evidencia.
No obstante, esta conclusión presenta dos fallos lógicos. Uno es no entender el estudio, y el otro es no entender bien las políticas.
Dicho estudio, titulado “Baby´s First Years” (Los primeros años del bebé), no es una evaluación de políticas, sino un estudio de investigación. Es una cuestión sutil, pero crucial.
Los investigadores no se propusieron comprobar la eficacia de una política de ayudas económicas. Lo que hacen es usar pequeñas cantidades de dinero para comprender cómo afecta la pobreza a los niños.
Una evaluación de políticas tiene como objetivo proponer el mejor diseño probado. Un estudio de investigación busca comprobar y responder a una pregunta, que en este caso es cómo afecta la pobreza temprana al desarrollo y funcionamiento del cerebro de los niños.
En 2018, el equipo de investigación reclutó a 1.000 madres de recién nacidos sanos en cuatro ciudades, y les proporcionó a un grupo US$20 al mes (el grupo con poco efectivo) y a otro US$333 mensuales (el grupo con más efectivo).
La media de ingresos anuales de estos dos grupos, sin contar la subvención del estudio, era de solo US$21.000. Actualmente, el estudio sigue en marcha y continúa recopilando datos; los niños ahora tienen 6 años.
En agosto, un documento de trabajo preliminar indicaba que no existían diferencias estadísticamente significativas entre los dos grupos en cuanto al desarrollo de los niños a los 4 años.
Según los investigadores, este hallazgo podría ser consecuencia de la pandemia (cuando esos niños tenían entre 2 y 3 años) o tratarse de un error de medición, advertencias que no aparecieron en titulares como “El dinero gratis para las familias pobres no está ayudando a los niños”.
Más aún, la idea de que el dinero “no ayuda a los niños” no se ve corroborada por otros hallazgos de este estudio. El grupo que más dinero recibió gastó siempre más en cosas para sus hijos.
Algunas de sus compras, como juguetes y libros, significaron que estas madres pasaron más tiempo ayudando a sus hijos a aprender. Otras compras, como un buen abrigo de invierno, aliviaban las penurias o proporcionaban a los niños pequeños lujos, como un árbol de Navidad.
¿Afectan dichas compras a los niños de maneras que no se miden en los indicadores de desarrollo, que son el lenguaje, la función ejecutiva, los problemas socioemocionales o la actividad cerebral de alta frecuencia?
De momento no lo sabemos. Y, sinceramente, por eso realizamos estudios de investigación.
Aun así, a modo de argumento, supongamos que estos resultados en el desarrollo infantil no cambian; que un aporte adicional de US$$4.000 al año en efectivo sin condiciones no mejora estos resultados. Esto simplemente significa que el problema persiste; pertenecer a un hogar con altos ingresos se asocia con un mejor desempeño en todas estas áreas.
La conclusión política sería, por lo tanto: no basta con dar dinero a las familias. Si EE.UU. quiere que sus hijos superen la desigualdad económica en la que nacieron, en lugar de verse definidos por ella, entonces tiene que hacer más.
Por eso, basarse en estos resultados provisionales para afirmar que las prestaciones del gobierno no sustituyen a un empleo es, en realidad, un argumento de conveniencia. También es un argumento extraño por parte de los conservadores en este momento.
El Partido Republicano impuso en el Congreso una reducción de impuestos de US$4,5 billones este verano.
La Oficina de Presupuesto del Congreso estima que, para el 10% más rico de los hogares, la ley resultará en unos ingresos anuales adicionales de US$13.500. El siguiente 10% recibirá US$3.600 de reembolso anuales, y cada decil subsiguiente de hogares recibirá menos, hasta llegar al 10% más pobre, que acabará con una situación económica de unos US$30 menos.
En otras palabras, el 90% de los hogares en EE.UU. recibirán menos de lo que los líderes republicanos orgullosamente llamaron “la mayor reducción de impuestos en la historia de Estados Unidos” que las 1.000 madres que reciben por participar en este estudio.
Denunciar que el dinero no beneficia a los niños más pobres, pero que está justificado, incluso cuando se distribuye en cantidades mucho menores, para los hogares más ricos, es una doble moral.
Si el estudio nos hace un llamado a la acción, es que Estados Unidos necesita hacer más por sus niños, no menos. Y, por si sirve de algo, las madres participantes coinciden.
Según extensas entrevistas con algunas de ellas, afirman que el gobierno invierte poco en la infancia. Mencionan específicamente la necesidad de trabajo que favorezca a la familia, cuidado infantil y acceso a actividades y espacios más seguros para los niños.
Al final, US$333 por mes no es nada, pero tampoco es la panacea. Algunos lo verán como una razón para no proporcionarlo, en lugar de una motivación para hacer más, lo cual dice más de ellos que de los hijos, el dinero o la pobreza.
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