Es posible que el presidente Donald Trump haya descubierto una forma de obligar a la Reserva Federal a bajar las tasas de interés después de todo.
Para nadie es un secreto que Trump quiere tasas más bajas. Además, quiere tener más voz en la política monetaria, pese a que ya tiene potestad para nombrar al presidente y a dos vicepresidentes de la Fed, sujetos a la confirmación del Senado. Por ello, sería un error que el banco central cediese más de su independencia a este presidente o a algún otro en el futuro, y es algo que dudo que haga.
Sin embargo, Trump quizá tenga un acceso indirecto a la Reserva Federal.
La política monetaria de la Fed es motivo de mucha atención y, con frecuencia, de críticas. El impacto de la política fiscal, que ha sido al menos tan importante como las medidas históricas de la Reserva Federal en años recientes, recibe menos atención.
La política fiscal y la monetaria se han diferenciado mucho desde que la Reserva Federal empezó su lucha por reducir la inflación.
La Fed ha procurado ralentizar la economía, elevando las tasas de interés a corto plazo más de 5 puntos porcentuales en algo más de un año desde 2022, la mayor alza de tasas en más de cincuenta años, antes de retroceder modestamente el pasado otoño.
Asimismo, ha reducido su balance en más de US$2 billones desde que se inició la campaña de aumento de tasas, es decir, alrededor de una cuarta parte de su tamaño original.
La política fiscal ha tomado el camino opuesto.
El Congreso ha inyectado enormes cantidades de estímulo fiscal en la economía en forma de US$4,2 billones en déficits acumulados desde la primavera de 2022, o alrededor del 6% del Producto Interno Bruto (PIB) durante el mismo período. Para ponerlo en perspectiva, los déficits anuales como porcentaje del PIB han promediado el 2,6% desde la Segunda Guerra Mundial.
Eso incluye los enormes déficits que el Congreso tuvo durante la crisis financiera de 2008 y nuevamente durante la pandemia (con razón, he argumentado repetidamente) para apoyar una economía en colapso. No es de extrañar que Estados Unidos haya esquivado una recesión en los últimos años.
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Ahora es posible que la política fiscal y la monetaria se vean obligadas a intercambiar sus posiciones.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha dicho que la administración quiere recortar el déficit al 3% del PIB. Para ello, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Trump tendría que encontrar un US$1 billón en recortes de gastos. Todavía no está claro hasta qué punto lo logrará, pero la mera amenaza de recortes puede estar ya debilitando el ánimo y obstaculizando la economía.
Las señales en ese sentido se están acumulando.
La confianza del consumidor disminuyó en enero por primera vez en seis meses. El índice de condiciones financieras de Bloomberg en Estados Unidos ha caído un 37% en las últimas dos semanas, lo que implica que la actividad económica se está desacelerando.
La estimación de la Fed de Atlanta sobre el crecimiento anualizado del PIB real en el primer trimestre se ha reducido casi a la mitad, al 2,3% desde cerca del 4% hace un mes.
El rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años ha caído 50 puntos básicos al 4,3% durante ese tiempo y se está acercando rápidamente al de los bonos del Tesoro a dos años, una tendencia que muchos observadores económicos ven como un presagio de una recesión inminente.
Una desaceleración, en particular una acompañada de un mercado laboral más débil, probablemente impulsaría a la Fed a bajar las tasas. Es difícil ver que el banco central flexibilice su política monetaria de otra manera.
La última lectura del gasto de consumo personal básico (el indicador de inflación favorito de la Fed) fue del 2,8% interanual en diciembre, que sigue siendo incómodamente superior a su objetivo del 2%. Mientras la economía esté creciendo y manteniendo bajo control el desempleo históricamente bajo, la Fed puede retrasar los recortes de tasas hasta que se controle la inflación.
Sin embargo, al recortar el gasto, Trump puede obligar a que la flexibilización monetaria apoye la austeridad fiscal, en lugar de lo contrario. Ni siquiera importa si los recortes del gasto de Trump causan una desaceleración de la economía. Mientras esos recortes, o la amenaza de ellos coincidan con una desaceleración, es probable que la Fed actúe.
Ese escenario podría verse frustrado de varias maneras.
Los aranceles de Trump podrían avivar la inflación al mismo tiempo que sus recortes de gasto desaceleran la economía, lo que resultaría en un episodio de estanflación que llevaría a la Fed a subir las tasas de interés a pesar de la desaceleración.
O, más optimistamente, los recortes de gasto podrían abrir espacio para una mayor inversión del sector privado, como espera el gobierno. Eso podría seguir impulsando la economía y el mercado laboral, dando a la Fed más tiempo para enfrentar la inflación.
Pase lo que pase, está claro que la Casa Blanca, con la ayuda de un Congreso complaciente, está siguiendo un nuevo camino fiscal. La Fed tendrá que lidiar con el hecho de que Trump ha encontrado cierta influencia en la política monetaria, le guste o no la intrusión.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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