En los medios de comunicación, la Reserva Federal de los Estados Unidos está bajo presión. El presidente Donald Trump constantemente amenaza con despedir a su presidente Jerome Powell.
Hay quienes lanzan críticas con la esperanza de convertirse en el sucesor de Powell. La semana pasada, dos gobernadores de la Fed se mostraron en contra de la decisión de mantener las tasas de interés sin cambios, en lo que fue la primera disidencia múltiple desde 1993.
Que no te engañe el drama. Por lo que respecta a la gestión de la economía por parte de la Reserva Federal, es más bien una tormenta en un vaso de agua.
El presidente Trump ejerce muy poca influencia sobre Powell.
La Suprema Corte de Justicia confirmó que el presidente de la Fed no puede ser destituido, excepto “por causa justificada”, un requisito que no cumple el haber rebasado de los costos de renovación que ha mencionado el presidente.
Powell pretende cumplir su mandato hasta mayo de 2026 y posiblemente permanecer más tiempo como gobernador. Es él, y no Trump, quien controla la Fed.
Quienquiera que sea el sucesor de Powell podría no obedecer a Trump una vez en el cargo. Si se le presionara para que bajara las tasas de interés, en clara violación del mandato de la Fed, el presidente podría negarse y, de todos modos, tendría que convencer al comité encargado de formular políticas.
Es probable que Trump no pueda controlar al FOMC, y me sorprendería que tuviera la oportunidad de nombrar a más de dos o tres miembros durante este mandato presidencial.
Las dos opiniones discrepantes de los gobernadores Michelle Bowman y Christopher Waller exagera la división dentro de la Reserva Federal.
Los 19 miembros del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés), encargado de la formulación de políticas, prevén recortar las tasas de interés en los próximos años, según sus propias proyecciones económicas de junio. Solo difieren en el momento y la magnitud. Las discrepancias deben descartarse, dada la “coincidencia” de que provengan de los dos únicos miembros designados por Trump.
La influencia del presidente de la Reserva Federal sobre el FOMC es sutil y multifacética.
El presidente establece las agendas de las reuniones, elige los temas (pero no las conclusiones) de los análisis especiales del personal que se consideran en las reuniones, asigna las tareas a los comités de la Junta de la Reserva Federal y controla los recursos de personal de la Junta.
Cuando las diferencias en política monetaria son modestas, los miembros tienen motivos de sobra para apoyar al presidente. Cuanta más experiencia y credibilidad tenga, más dispuestos estarán a ceder.
Durante el auge de las puntocom en la década de 1990, por ejemplo, acataron la decisión del presidente Alan Greenspan de que el crecimiento de la productividad mantendría la inflación bajo control, porque confiaban en su experiencia como pronosticador económico.
Los votantes del FOMC no suelen discrepar sobre las diferencias de momento y magnitud cuando coinciden con la orientación general de la política monetaria. Más de uno o dos disensos suelen indicar un desacuerdo significativo y pueden amenazar la influencia del presidente, tanto dentro como fuera del comité.
Rara vez un presidente de la Fed intentaría forzar una decisión cuando se opone firmemente a ella más de dos o tres miembros, aunque esto depende de las motivaciones de los disidentes.
Por ejemplo, considero los disensos de la semana pasada un caso especial que refleja el deseo de Waller de suceder a Powell y el agradecimiento de Bowman a Trump por nombrarla vicepresidenta de supervisión de la Fed. Dudo que hayan mermado la reputación de Powell.
He criticado duramente a la Reserva Federal, entre otras cosas, por su deficiente marco de política monetaria de 2020 y por no considerar adecuadamente los costos y beneficios de la flexibilización cuantitativa. Pero creo que los ataques de los posibles sucesores de Powell van demasiado lejos.
Las acusaciones de expansión de la misión exageran la evidencia. La política de la Fed sobre el cambio climático, por ejemplo, se ha mantenido completamente dentro de su misión principal de estabilidad financiera, centrándose en cómo los desastres naturales podrían precipitar pérdidas de propiedades y dejar activos inutilizados.
La idea de “usar la fuerza” para lograr un “cambio de régimen” es completamente mezquina, dado el compromiso de los funcionarios y el personal de la Fed de hacer todo lo necesario en términos de tiempo, esfuerzo y creatividad para lograr los objetivos del banco central (un compromiso que presencié como presidente de la Fed de Nueva York).
Los logros de la Fed en la estabilización de los mercados durante la crisis financiera de 2008 y la pandemia de COVID-19, así como en la reducción de la inflación y evitar la recesión en los últimos años, merecen elogios en lugar de desprestigio. Se necesitará mucho más que la última oleada de ataques para socavar la independencia crucial para ese historial.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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